08.09.2006
Anécdota narrada por Cecilia Doggenweiler A.
El miércoles en la noche le avisé a Raulito por teléfono que me disponía a ir a Dortmund el jueves muy temprano. Al día siguiente amanecí con una ciática que me tenía totalmente invalidada para caminar, por lo que ese día jueves de madrugada fui al médico, quien me sometió a un tratamiento muy completo. Ese mismo jueves después del mediodía llamé otra vez por teléfono a Raúl para decirle que no notaba mejoría y que mejor viniera él a Colonia a acompañarme. Tomó su librito con el horario de los trenes y me dice cuál tren tomará al día siguiente y a qué hora llegará a Colonia. El viernes a primera hora lo llamé a casa por teléfono para confirmar su viaje.
Al llegar a la casa en Colonia Raúl me pregunta, si antes que me viniese la ciática había escrito ya la habitual historia de la semana, yo le contesté que de los cinco temas comenzados todavía no decidía cuál terminar. Él me contó que en esta hora y algo más de viaje desde Dortmund a Colonia, le habían acontecido un par de anécdotas que no son muy habituales, con varios protagonistas: una eufórica pareja, una conductora, un conductor, un vagón privado del tren, 3 Mosqueteros, una docena de botellas vacías de cerveza y otras por vaciar. Le dije, cuéntame de inmediato cómo fue eso y Raúl se largó a relatarme su odisea.
“Salí con mi equipaje, mi porta documentos y un bolso con ropas. Me fui en un taxi hasta la estación de Dortmund. Llegué casi justo a la hora en que partía el tren expreso EC 101 de las 9,38 de la mañana, que venía del Oriente, en el que yo había decidido viajar a Colonia. El funcionario que vende los boletos me dijo que en cuatro minutos mas partía el tren en el andén 11, por lo que me fui muy rápidamente con el pasaje en la mano. Cuando llegué al andén 11, la conductora del tren estaba con un disco rojo en la mano haciéndole señas para dar la partida al maquinista. Le pregunté dos veces si viajaba el tren a Colonia y ella concentrada en su disco rojo no pudo contestarme, sólo me dijo, -más tarde-. Me subí sin hacer más preguntas al tren y me di cuenta que era un coche super elegante y nuevo y que decía primera, de todas maneras allí mismo me senté, ya que el tren iba partiendo. El asiento que tomé estaba frente a una pareja de alemanes, ella de unos 40 y él de alrededor de 50. Nos miramos sonrientes haciéndonos una venia a modo de presentación. Minutos después de la partida él le hace unos cariños en la cabeza, luego le levanta la blusa y le hace cariño a ella en la guatita, se agacha y le da un cariñoso beso en esa región. Yo busco la ventana para mirar a otro lado y por este motivo él entra en explicaciones muy contento -el que va a nacer va a ser nuestro primer hijo y ahora estamos celebrando el acontecimiento, porque en tres meses mas ya no podremos viajar.- Yo les doy mis congratulaciones. Minutos después pasa la conductora y yo levanto la cabeza, con el boleto en la mano le pregunto de nuevo, si el tren va a Colonia. Contesta ella, -naturalmente, pero su boleto es de segunda y aquí estamos en primera clase-. Yo le quise preguntar eso al subirme y usted no me contestó. -Ah, es que estábamos en el momento de la partida-. Yo le expliqué mostrándole el bastón que no podía cambiarme todavía al coche de segunda con el tren en marcha, lo haré cuando el tren esté parado en la estación. En aquel momento intervinieron mis vecinos que andaban paseando a la guagua antes de nacer y conversan con la conductora y yo como de costumbre con mis oídos sin los audífonos que me recetó el médico no pesqué ni pito de lo que decían. Se va la conductora sin decirme a mi ninguna otra cosa”.
“En la estación de Essen decidí trasladarme a un par de coches más adelante, porque los que venían colindantes eran también de primera. Entonces mejor me bajé del tren. Encontré a la bonita conductora en el andén de nuevo con el disco rojo y me dice, -¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?- Ella indica con su mano el mismo coche de primera del que me había bajado. Y le digo que me tiene que esperar que yo me suba de nuevo al tren indicándole que me voy al coche de segunda. Avanzo por el andén y veo que después de terminar los coches de primera viene un coche de otro color bien distinto. Me subo a éste rápidamente sin mirar que llevaba en su puerta un aviso y veo que éste estaba totalmente lleno, en forma inhabitual estaban todos los portamaletas ocupados y en los pasillos también había algunas maletas. Entro al carro, voy pasando por ese pasillo estrecho y me doy cuenta que todos los pasajeros de ese coche actuaban como si se conocieran, me miraban y nadie me decía que había subido en un coche equivocado. Recorrí y recorrí y me admiré de que en todo el coche vinieran unidades de cuatro asientos, dos por un lado y otros dos al frente, con una mesita al centro. Casi al final del coche encontré un único asiento desocupado. Me senté ahí sin pedir permiso ni cosa por el estilo y noté que los tres pasajeros que traían unas sendas botellas de cerveza en la mesita, me hacen una venia de bienvenida. Las paré que era un coche especial y que yo venía allí como un pollo en corral ajeno. Por decirles algo a mis compañeros de mesa les conté “en mi buen alemán”, que la conductora del coche de primera quería que le pagara extra y por eso yo me trasladé para acá. Yo estoy seguro que ellos entendieron que yo no quería pagar el pasaje y como llevaban el coche pagado entero para la delegación creyeron que podían hacerme esta buena gauchada de llevarme de pavo. Entonces ellos dijeron, casi en coro, -ni un problema- y me ofrecieron una cerveza, a lo que yo les dije que no muchas gracias, que recién había tomado un remedio. Noté que los vecinos y las vecinas se habían interesado en mi historia y asentían con su cabeza a los 3 Mosqueteros por su actuación benévola. Minutitos después apareció el conductor de ese coche, va directamente a mí a preguntarme por el pasaje y se meten los tres amigos a decir que yo soy un invitado de ellos. El conductor, que me había visto subir, como que no les creyó y como yo ya tenía mi pasaje marcado por la conductora del coche anterior no me daba ni frío, ni calor todo este asunto, por lo que no hice ostentación de buscar mi pasaje. Cada vez que pasaba el conductor éste me miraba fijamente y ellos le contestaban casi al unísono, -todo en orden-, levantando su botella de cerveza diciendo, -¡salud!- y además su actitud solidaria producía un efecto conspirador en todo el resto del carro.”
“Cuando tú me llamaste por el celular preguntándome, -¿vas sentado al lado de alguien que habla español?- yo te dije, no, no, no. Como me miraban atentamente mientras yo hablaba en español contigo y estábamos en mucha confianza con el trío, yo les dije, me llamaba por teléfono mi señora, control, control. Por hacer una gracia cómica les agregué que ella me ha preguntado, por el celular, si iba sentada alguna mujer a mi lado, por eso yo le dije que no, no, no. Y de paso les conté que ya voy a cumplir 80 años. Saqué de mí porta documentos el último número de la revista española “Muy interesante” que llevaba abierta y seguí leyendo un artículo que había dejado inconcluso. Mientras leía alcancé a decirle a mis tres vecinos que la lectura de esta revista era muy interesante y les conté algo de un artículo, mostrándole que en una parte se afirmaba que el 50% de los trabajadores españoles en la celebración del día de la empresa y en la fiesta de Navidad tenían alguna relación sexual con sus colegas. Tú me volviste a llamar 15 minutos después, para saber con cuánto atraso venía el tren, porque según la hora acordada tendría que haber llegado ya a Colonia. A raíz de este llamado ellos me dijeron, -control, control- y los tres se echaron la botella de cerveza a la boca y brindaron celebrando que ellos no tenían ningún control de esta naturaleza. Y volvieron a ofrecerme una cerveza pensando que con ésta me ayudaban a liberarme del control, control.”
“Antes de llegar a la estación de Colonia cerré la revista y veo que ellos mirando la tapa se quedan perplejos, empinando de nuevo el codo y diciendo, -¡salud!- En este número del mes de agosto del 2006 aparece en la portada una linda y simpática niña echándose un plátano a la boca en forma insinuadora, con el título de EROTISMO, lo que no es de la línea de esta revista que es muy seria. Guardé la revista en mi porta documentos y les deseé buen viaje. Los tres amigos lamentaron que yo me bajara tan pronto. Ellos me contestaron en coro, haciéndome gestos de despedida, -¡Qué le vaya muy bien!”-
“Al momento de pararme para bajarme en Colonia me doy cuenta que nadie mas de ese coche se bajaba en esta estación, lo que no es habitual, entonces saqué cuentas que realmente venía como huésped en un coche que no me correspondía y antes de llegar a la estación me pasé al coche vecino donde se bajaban otras personas. Una vez fuera del tren observé ahora con más calma que cuando subí, que en el carro en que había viajado había un letrero que decía, coche privado.”
Nota de la redacción:
Estoy convencida que Raúl tenía pagada la diferencia para venirse en primera clase por el matrimonio que celebraba la llegada de su primer hijo. De ahí que la conductora insistiera en el andén de Essen en que Raúl se volviera a subir al mismo coche en que venía.
Yo creo que D’Artagnan y sus dos amigos se portaron del uno, no permitiendo que el conductor, a pesar de su insistencia hiciera mostrar a Raúl su pasaje, quien lo mantenía muy embolsicado y cuya existencia ignoraban los 3 Mosqueteros.
Yo pienso que los tres amigos se quedaron perplejos de lo choro de este personaje que hablaba español y que se atrevía a llevar como muy natural, sin ocultar, una revista con una portada sexo insinuante.
Y con la venida del doctor Raulito y su sabrosa historia, de dos muletas con las que debía andar pasé a usar solamente una y lo hacía sólo por precaución.
Y me vino a mi memoria activa el recuerdo de la canción, ¡La felicidad Ah! Ah! Ah! Ah!
Nota:
Foto 1: Raúl viajando en tren.
Anécdota narrada por Cecilia Doggenweiler A.
El miércoles en la noche le avisé a Raulito por teléfono que me disponía a ir a Dortmund el jueves muy temprano. Al día siguiente amanecí con una ciática que me tenía totalmente invalidada para caminar, por lo que ese día jueves de madrugada fui al médico, quien me sometió a un tratamiento muy completo. Ese mismo jueves después del mediodía llamé otra vez por teléfono a Raúl para decirle que no notaba mejoría y que mejor viniera él a Colonia a acompañarme. Tomó su librito con el horario de los trenes y me dice cuál tren tomará al día siguiente y a qué hora llegará a Colonia. El viernes a primera hora lo llamé a casa por teléfono para confirmar su viaje.
Al llegar a la casa en Colonia Raúl me pregunta, si antes que me viniese la ciática había escrito ya la habitual historia de la semana, yo le contesté que de los cinco temas comenzados todavía no decidía cuál terminar. Él me contó que en esta hora y algo más de viaje desde Dortmund a Colonia, le habían acontecido un par de anécdotas que no son muy habituales, con varios protagonistas: una eufórica pareja, una conductora, un conductor, un vagón privado del tren, 3 Mosqueteros, una docena de botellas vacías de cerveza y otras por vaciar. Le dije, cuéntame de inmediato cómo fue eso y Raúl se largó a relatarme su odisea.
“Salí con mi equipaje, mi porta documentos y un bolso con ropas. Me fui en un taxi hasta la estación de Dortmund. Llegué casi justo a la hora en que partía el tren expreso EC 101 de las 9,38 de la mañana, que venía del Oriente, en el que yo había decidido viajar a Colonia. El funcionario que vende los boletos me dijo que en cuatro minutos mas partía el tren en el andén 11, por lo que me fui muy rápidamente con el pasaje en la mano. Cuando llegué al andén 11, la conductora del tren estaba con un disco rojo en la mano haciéndole señas para dar la partida al maquinista. Le pregunté dos veces si viajaba el tren a Colonia y ella concentrada en su disco rojo no pudo contestarme, sólo me dijo, -más tarde-. Me subí sin hacer más preguntas al tren y me di cuenta que era un coche super elegante y nuevo y que decía primera, de todas maneras allí mismo me senté, ya que el tren iba partiendo. El asiento que tomé estaba frente a una pareja de alemanes, ella de unos 40 y él de alrededor de 50. Nos miramos sonrientes haciéndonos una venia a modo de presentación. Minutos después de la partida él le hace unos cariños en la cabeza, luego le levanta la blusa y le hace cariño a ella en la guatita, se agacha y le da un cariñoso beso en esa región. Yo busco la ventana para mirar a otro lado y por este motivo él entra en explicaciones muy contento -el que va a nacer va a ser nuestro primer hijo y ahora estamos celebrando el acontecimiento, porque en tres meses mas ya no podremos viajar.- Yo les doy mis congratulaciones. Minutos después pasa la conductora y yo levanto la cabeza, con el boleto en la mano le pregunto de nuevo, si el tren va a Colonia. Contesta ella, -naturalmente, pero su boleto es de segunda y aquí estamos en primera clase-. Yo le quise preguntar eso al subirme y usted no me contestó. -Ah, es que estábamos en el momento de la partida-. Yo le expliqué mostrándole el bastón que no podía cambiarme todavía al coche de segunda con el tren en marcha, lo haré cuando el tren esté parado en la estación. En aquel momento intervinieron mis vecinos que andaban paseando a la guagua antes de nacer y conversan con la conductora y yo como de costumbre con mis oídos sin los audífonos que me recetó el médico no pesqué ni pito de lo que decían. Se va la conductora sin decirme a mi ninguna otra cosa”.
“En la estación de Essen decidí trasladarme a un par de coches más adelante, porque los que venían colindantes eran también de primera. Entonces mejor me bajé del tren. Encontré a la bonita conductora en el andén de nuevo con el disco rojo y me dice, -¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?- Ella indica con su mano el mismo coche de primera del que me había bajado. Y le digo que me tiene que esperar que yo me suba de nuevo al tren indicándole que me voy al coche de segunda. Avanzo por el andén y veo que después de terminar los coches de primera viene un coche de otro color bien distinto. Me subo a éste rápidamente sin mirar que llevaba en su puerta un aviso y veo que éste estaba totalmente lleno, en forma inhabitual estaban todos los portamaletas ocupados y en los pasillos también había algunas maletas. Entro al carro, voy pasando por ese pasillo estrecho y me doy cuenta que todos los pasajeros de ese coche actuaban como si se conocieran, me miraban y nadie me decía que había subido en un coche equivocado. Recorrí y recorrí y me admiré de que en todo el coche vinieran unidades de cuatro asientos, dos por un lado y otros dos al frente, con una mesita al centro. Casi al final del coche encontré un único asiento desocupado. Me senté ahí sin pedir permiso ni cosa por el estilo y noté que los tres pasajeros que traían unas sendas botellas de cerveza en la mesita, me hacen una venia de bienvenida. Las paré que era un coche especial y que yo venía allí como un pollo en corral ajeno. Por decirles algo a mis compañeros de mesa les conté “en mi buen alemán”, que la conductora del coche de primera quería que le pagara extra y por eso yo me trasladé para acá. Yo estoy seguro que ellos entendieron que yo no quería pagar el pasaje y como llevaban el coche pagado entero para la delegación creyeron que podían hacerme esta buena gauchada de llevarme de pavo. Entonces ellos dijeron, casi en coro, -ni un problema- y me ofrecieron una cerveza, a lo que yo les dije que no muchas gracias, que recién había tomado un remedio. Noté que los vecinos y las vecinas se habían interesado en mi historia y asentían con su cabeza a los 3 Mosqueteros por su actuación benévola. Minutitos después apareció el conductor de ese coche, va directamente a mí a preguntarme por el pasaje y se meten los tres amigos a decir que yo soy un invitado de ellos. El conductor, que me había visto subir, como que no les creyó y como yo ya tenía mi pasaje marcado por la conductora del coche anterior no me daba ni frío, ni calor todo este asunto, por lo que no hice ostentación de buscar mi pasaje. Cada vez que pasaba el conductor éste me miraba fijamente y ellos le contestaban casi al unísono, -todo en orden-, levantando su botella de cerveza diciendo, -¡salud!- y además su actitud solidaria producía un efecto conspirador en todo el resto del carro.”
“Cuando tú me llamaste por el celular preguntándome, -¿vas sentado al lado de alguien que habla español?- yo te dije, no, no, no. Como me miraban atentamente mientras yo hablaba en español contigo y estábamos en mucha confianza con el trío, yo les dije, me llamaba por teléfono mi señora, control, control. Por hacer una gracia cómica les agregué que ella me ha preguntado, por el celular, si iba sentada alguna mujer a mi lado, por eso yo le dije que no, no, no. Y de paso les conté que ya voy a cumplir 80 años. Saqué de mí porta documentos el último número de la revista española “Muy interesante” que llevaba abierta y seguí leyendo un artículo que había dejado inconcluso. Mientras leía alcancé a decirle a mis tres vecinos que la lectura de esta revista era muy interesante y les conté algo de un artículo, mostrándole que en una parte se afirmaba que el 50% de los trabajadores españoles en la celebración del día de la empresa y en la fiesta de Navidad tenían alguna relación sexual con sus colegas. Tú me volviste a llamar 15 minutos después, para saber con cuánto atraso venía el tren, porque según la hora acordada tendría que haber llegado ya a Colonia. A raíz de este llamado ellos me dijeron, -control, control- y los tres se echaron la botella de cerveza a la boca y brindaron celebrando que ellos no tenían ningún control de esta naturaleza. Y volvieron a ofrecerme una cerveza pensando que con ésta me ayudaban a liberarme del control, control.”
“Antes de llegar a la estación de Colonia cerré la revista y veo que ellos mirando la tapa se quedan perplejos, empinando de nuevo el codo y diciendo, -¡salud!- En este número del mes de agosto del 2006 aparece en la portada una linda y simpática niña echándose un plátano a la boca en forma insinuadora, con el título de EROTISMO, lo que no es de la línea de esta revista que es muy seria. Guardé la revista en mi porta documentos y les deseé buen viaje. Los tres amigos lamentaron que yo me bajara tan pronto. Ellos me contestaron en coro, haciéndome gestos de despedida, -¡Qué le vaya muy bien!”-
“Al momento de pararme para bajarme en Colonia me doy cuenta que nadie mas de ese coche se bajaba en esta estación, lo que no es habitual, entonces saqué cuentas que realmente venía como huésped en un coche que no me correspondía y antes de llegar a la estación me pasé al coche vecino donde se bajaban otras personas. Una vez fuera del tren observé ahora con más calma que cuando subí, que en el carro en que había viajado había un letrero que decía, coche privado.”
Nota de la redacción:
Estoy convencida que Raúl tenía pagada la diferencia para venirse en primera clase por el matrimonio que celebraba la llegada de su primer hijo. De ahí que la conductora insistiera en el andén de Essen en que Raúl se volviera a subir al mismo coche en que venía.
Yo creo que D’Artagnan y sus dos amigos se portaron del uno, no permitiendo que el conductor, a pesar de su insistencia hiciera mostrar a Raúl su pasaje, quien lo mantenía muy embolsicado y cuya existencia ignoraban los 3 Mosqueteros.
Yo pienso que los tres amigos se quedaron perplejos de lo choro de este personaje que hablaba español y que se atrevía a llevar como muy natural, sin ocultar, una revista con una portada sexo insinuante.
Y con la venida del doctor Raulito y su sabrosa historia, de dos muletas con las que debía andar pasé a usar solamente una y lo hacía sólo por precaución.
Y me vino a mi memoria activa el recuerdo de la canción, ¡La felicidad Ah! Ah! Ah! Ah!
Nota:
Foto 1: Raúl viajando en tren.