lunes, 16 de julio de 2007

“La increíble amistad sostenida ya 64 años”

Historia narrada en agosto del 2006 por Cecilia Doggenweiler A.

Para dar así cumplimiento a mi promesa de escribir una curiosa historia una vez a la semana, he seleccionado, de entre varios borradores de anécdotas e historias jocosas, una muy interesante. Lo que contaré esta semana es algo que comenzó a suceder hace 64 años. La increíble memoria de ambos protagonistas y sobre todo los sabrosos recuerdos que ella encierra no los ha podido destruir el paso inexorable del tiempo.

Según me dijo Raulito, él estuvo en un internado durante 6 años y sus 40 compañeros de curso eran también de ese internado y como curso tuvieron una historia admirable. Ellos abordaron y solucionaron unitariamente temas muy delicados atingentes a la moral que debían llevar los funcionarios que tenían que ver con el Internado. Esta fue la circunstancia que motivó a que todos los integrantes del curso llegaran a estimarse y a cuidarse como si fueran hermanos. Raúl me siguió contando.

“Los compañeros de nuestro curso nos habíamos propuesto juntarnos de nuevo dentro de relativamente muy poco tiempo. Nos encontraríamos solamente diez años después del momento de la solemne despedida del Liceo de Hombres de Temuco, ahora Liceo Pablo Neruda. El compromiso contraído incluía varias cosas, entre ellas seguir haciendo el encuentro sin falta en cada nueva década”. Raúl siguió contándome, “que a causa de las desconocidas vicisitudes de la vida, nuestra enfática promesa desgraciadamente no pudo cumplirse. Y siguió muy emocionado en su narración, “no conocíamos bien lo que nos deparaba el cercano futuro: estudiar, trabajar, casarse, tener hijos, tener nietos, y además las otras partes muy poco agradables: tener que pagar periódicamente las interminables letras del auto, etc...”

“Nuestro nuevo universo fue muy otro que el de estar esperando los días martes a la hora de almuerzo en el internado la rica y calientita empanada de horno, ordenada a hacer por el ecónomo Jofré. Nunca me pude explicar cómo Arturito, teniendo el mismo apellido, no conseguía doble ración de empanadas, parece que mi amigo fue siempre poco entrador. Éramos 200 alumnos internos y por supuesto se hacían 200 empanadas, pero solamente los 100 internos ganadores comían 2 empanadas cada uno. Era una costumbre clásica que el lunes cada una de las 22 mesas, con sus respectivos 9 comensales, desafiaba a jugar al fútbol a otra mesa apostando rimbombantemente la empanada del martes”.

“Una vez Miguel Stuart estuvo a punto de perder su trofeo de comerse aparte de su propia empanada otra, cuando los adversarios perdedores vinieron a informarle que su novia lo esperaba por algo urgente en la portería fuera del comedor. Él se fue y ellos quisieron llevarse las dos empanadas. Lo logramos impedir. La verdad es que Miguelito no tenía una novia, sino que una hermana linda como un bombón; él decía que era su novia como una táctica para evitar que lo molestaran diciéndole cuñado. Este era un secreto que habíamos descubierto Hernán Muñoz y yo, después de hacer este descubrimiento ambos nos interesamos por conquistarla. Pero en esos años éramos de los que hacíamos mucho ruido y obteníamos pocas nueces. Miguelito salió del Liceo y fue un excelente estudiante de Leyes. Fue Profesor de su especialidad en la Educación Secundaria y paralelamente fue y es un investigador del origen de las razas de los pueblos primitivos. Con su casa rodante investigando recorrió Chile y Perú de punta a cabo. Hernán quiso mucho a Arturito y fue siempre un gran amigo de Miguelito. Conmigo lleva ya una amistad sostenida durante 64 años, es mi compadre siendo padrino de mi hija.

“Recién ahora en agosto del 2006 por medio de Miguelito supe el teléfono y la dirección electrónica de mi amigo Arturo Jofré, le envié de inmediato un e-mail con fotografías y luego lo llamé por teléfono desde Alemania. Lo trascendente es que esto lo hacía desde otro Hemisferio y, además, ¡58 años después de despedirnos de Arturito en el Liceo de Hombres de Temuco! Con las fotos que le envié él cambió la imagen que tenía de mí por una con bigotes blancos, bailando con Cecilia y en otra foto rodeado de 2 hijos, nuera y 5 nietos; cachiporreóse el perla de Concepción al teléfono que él no tenía solamente 5, sino que 7 nietos”.

“Me siguió contando por teléfono que, cuando salió del Liceo, había pasado de medir 158 cm. a más de 170 cm. de altura, o sea, que de ser el más chico del curso al cumplir sus 17 años había seguido creciendo... Mi amigo me dejó intrigado, porque me dijo, que después de salir del Liceo había seguido creciendo, pero no me especificó hasta cuándo... En todo caso no creo que esto le haya sucedido hasta los 75. Desgraciadamente es muy normal que después de los 60 años empecemos a decrecer de estatura y de esto él no me dijo nada. Es impensable que mi amigo esté ahora desafiando la inexorable atracción de gravedad y siga creciendo. Los internos nos conocíamos muchísimo desde el comienzo de la juventud, por lo tanto con Arturito habíamos vivido juntos en el Internado desde cuando él tenía once años hasta que cumplió los 17, en ese entonces yo cumplía los 19 años de edad. Arturito creció lentamente pero en forma continuada, los demás integrantes del curso dimos unos saltos en nuestro crecimiento y él quedó como el pequeño y querido Arturito, todos lo estimábamos como si fuera nuestro hermano menor. Después del término de estudio secundario, ninguno de nosotros cambió sustancialmente su estatura y Arturito como un mago de la medicina en la Universidad se las arregló para no dejar de crecer, lenta pero inexorablemente”.

“En este reciente reencuentro telefónico él me recordó hechos que al conversar me parecía que eran sólo de ayer y no de un tiempo tan lejano, de más de seis décadas. Esto vino a corroborar la enorme cantidad de miles de millones de instancias que tenemos acumuladas en nuestro cerebro. Me asombré de que la capacidad de este increíble depósito sea tan enorme, luego pensé que todo puede suceder, y me lo expliqué porque es sabido que seguimos creciendo siempre en la información acumulada en nuestro plato duro de capacidad casi infinita. Las células cerebrales son inmortales e inagotables para seguir recibiendo información, son como una especie de acumulador de memoria ideal”.

“Como supe después de unos años, Arturito entró a la Escuela de Medicina a estudiar Odontología y quedó trabajando como profesor catedrático allí mismo en la Escuela de Medicina. No era muy extraño, ya que yo estudié en el mismo Liceo donde posteriormente fui profesor por muchos años. Parece que en nosotros influyó la historia que nos contó el Profesor de Matemáticas, Juan Hernández, quien en una de sus clases dijo que el filósofo alemán Immanuel Kant, autor de la Teoría del Origen del Sistema Planetario, en la que se afirma, que el Sol y los planetas eran primitivamente una gran masa incandescente de gas que rotaba en torno a un centro común y de ahí que en su periferia se formaron todos los planetas con su curioso movimiento en la misma dirección, tanto orbital, como de rotación. Lo notable de Kant fue que nació, se educó, trabajó y murió en su misma ciudad alemana de Königsberg sin salir jamás, ni siquiera a otra ciudad vecina a la que se podía ir a pié situada a un par de kilómetros de distancia. A Arturito, a Miguelito, a Hernán y lo mismo que a mí, quizás nos hubiese pasado algo parecido de no mediar otra circunstancia. Seguimos siendo fanáticos estudiosos dándole una desmesurada importancia sobre todo al estudio en el escritorio. Hernán volvió a obtener un título universitario paramédico después de haber cumplido los 75 años, sus nuevos compañeros de estudio lo bautizaron como el Viejo Choro”.

Nota de la redacción:
Raulito se encuentra jubilado de la Universidad de Santiago y dedicado a escribir, está orgulloso de haber conservado 64 años a sus buenos amigos y casi hermanos de la infancia, Miguelito, Hernán y Arturito. Después de estar sin la agradable comunicación colectiva casi 60 años, los cuatro amigos, ahora cibernautas, se han juntado en el ciberespacio con estas mágicas palabras:

ArturoJofre@xx.com
VilcunStuart@xx.com
HernanLicanray@xx.com
RaulBuholzer@xx.com

Nota:
foto 1: 2003.05.16 Raúl y Miguel Stuart en Viña del mar
foto 2: 2006.03.29 Yenny Buholzer y Hernán Munoz A. en LicánRay.

“Extranjero en su propia patria”

Personaje principal Raúl, Cecilia y otros.

Transcribo esta historia que me contó Raúl, de la primera vez que viajamos separados a la capital: Cecilia Doggenweiler A.

El día martes 6 de diciembre del 2005 Raulito viajó solo desde Quilpué a Santiago para juntarse conmigo, ya que yo me había ido sola un par de días antes a la capital. Ambos haríamos un par de diligencias en ésa.

Pues muy bien, Raulito debía viajar desde El Sol a Santiago. Esto lo habíamos planificado antes que me fuera de Quilpué. Ese día despertó a las 7 de la mañana, se arregló, se vistió muy rápidamente, se puso un gorro muy pintoresco y la revolvió un rato antes de salir.

Mientras él se preparaba comienzan a llegar como 30 trabajadores de los que estaban haciendo el túnel para una pasada peatonal frente a la casa, más un montón de maquinarias. Esto pone algo nervioso a Raulito y titubea en viajar. Habla por teléfono conmigo a las 8 y me dice, “no voy a Santiago, he pensado que hay muchas complicaciones” y yo le contesté “¿qué complicaciones puede haber en algo tan sencillo; ir a Quilpué, en esta ciudad tomar el bus que va a la capital, en Santiago tomar el Metro y juntarnos en el centro de la Metrópolis a las 12 del día?” “No, mejor no voy, con toda esta gente aquí al frente decididamente me quedo”.
Me llamó de nuevo por teléfono y me dice, “que cómo? ¡Que bli que bla!”
A las 9 de la mañana otro llamado (* # ¡! >) y me dice, “a pesar de todos los inconvenientes he decidido finalmente viajar”.

Posteriormente me cuenta toda la odisea de su viaje, esta vez sin mi compañía. Me dijo, “Atravesé el túnel lleno de gente trabajadora que me saludaban como si me conocieran, es porque me veían en el patio mientras trabajaban todos los días. Me sentí muy inflado como si fuera un auténtico candidato político”.

Y me siguió contando.

“Al otro lado del túnel tomé el taxi colectivo para ir a Quilpué, le pasé al chofer un billete de 2.000 pesos y éste me preguntó ¿no tiene sencillo?”
Le respondí “¿cuánto es?”
El taxista me dijo, “250 pesos”.
Me busqué monedas y se las di finalmente, mientras murmurando le digo, “un tercio de euro ¡que barato!” El chofer cree que lo estoy encontrando caro y empieza a discursearme sobre el alza de la bencina y los etcéteras,...”

Y Raúl me siguió diciendo.

“En Quilpué continuó mi desambientación con el tercer problema. Una vez que hube llegado a la cola de la boletería pedí pasaje para Santiago. Me preguntan – “¿ida y vuelta?” “Ida no mas”, le contesté. “¿Creo que mi mujer tiene aquí un descuento?” Pregunta que el boletero no entendió y yo le dije, “démelo así no mas”. “Pagué con 5.000 pesos y me quedé muy contento que me dieran 2.000 pesos de vuelto. Ahí me di cuenta de que el pasaje a Santiago era muy barato, si lo reducía a euros (4 euros y algo). Me fui leyendo el diario con las noticias de lo que hacía el Intendente Guastavino y no noté casi la hora y media de camino hasta llegar a la parada Los Pajaritos”.

Raúl continúa.

“Al bajarme del bus en esta estación del Metro me enfrenté a un problema no calculado, no tenía tarjeta para viajar en el Metro, ya que Cecilia usaba una sola tarjeta para los dos y por supuesto ésta andaba en su cartera. Me puse en la cola de la boletería y al llegar a enfrentarme a la ventanilla le entregué 5.000 pesos al empleado sin decirle nada. El empleado me quedó mirando y esperando que yo hablara y le dije: “deme un ticket”.
El empleado me dijo algo así como “¿con cuánto le cargo?”
Yo le respondo: “me dirijo al centro”.
El joven que vendía pasajes en la ventanilla del lado me miró y ambos quedaron sumidos en una especie de profunda incógnita, ya que no me entendían qué es lo que yo pretendía.
El empleado que me atendía queriendo ayudarme y salir del paso me pregunta: “¿usted habla inglés?”
Le dije, “no, yo soy chileno” y le agregué, “deme el ticket completo”.
Mirándome fijo me dijo, “se la voy a cargar completa. ¡No hay vuelto, ¿eh?!”
Yo tomé la tarjeta y por suerte me dieron además una boleta que saltó de la máquina automáticamente. Al leer la boleta comprendí que la tarjeta plástica valía 1.000 pesos y que la habían cargado con los 4.000 pesos restantes para viajar seguramente varias veces en el Metro”.

“La cola de toda la gente que venía conmigo en el bus se había hecho larga frente a esta ventanilla y al mirarlos noté que movían la cabeza como diciendo, ¿de dónde será este pájaro? El boletero quedó contento, porque yo leía en español la tarjeta y de todas maneras me contestó en inglés, “Good by!”

Y le pregunté a Raúl ¿Así terminó la historia?

“No, yo seguí meditando solo como se podía interpretar todo este lío que me había pasado y concluí. Que el boletero pensó en un momento que yo era un turista inglés. Después, que seguramente yo podría ser un campesino de esos guasos con dinero que nunca han ido a Santiago a andar en el Metro. Y creo que después estaba muy contento, porque se dio cuenta que yo leía el recibo y él movía la cabeza afirmativamente como que yo había entendido y entonces creo que pensó que yo no era un viejo con Alzheimer, sino que efectivamente era un guaso sureño. Creo que éstas han sido sus especulaciones por el acento de mi voz y por no tener la más remota idea de cómo se viaja en Metro. Eso me pasó por haber andado todo este tiempo apegado a que la Cecy hiciera todas estas operaciones”.

"Breve historia sobre mi abuelo Alberto Buholzer Hochstrasse"

En el año 1888 comenzó una nueva e interesante aventura para el que años más tarde sería mi abuelo Alberto Buholzer, ingeniero suizo dueño de una fábrica de sedas en Zurich. Uno de sus empleados Juan Kind se enroló para viajar a Chile, a la zona de la Araucanía, como colono. Alberto sabía que esto era todo un engaño del gobierno suizo y del gobierno chileno, ya que los araucanos defendían sus tierras desde hacía más de cuatrocientos años. Muchos ejércitos españoles habían infructuosamente intentado tomarse esta región, que con sus gigantescos bosques formados por milenarias araucarias daban una enorme protección a sus primitivos habitantes. Estas araucarias son toda un leyenda, ya reinaban en la época de los dinosaurios y con sus excelentes frutos, los piñones, dan alimentación a enormes cantidades de choroyes aves que viven casi de esta exclusiva comida. Las araucarias con sus piñones dieron además alimentación y mucha energía a los mapuches, estos fueron los habitantes milenarios de estas regiones de la Araucanía. Después de la cosecha de los piñones ellos los conservaban en el interior de los troncos huecos del pellín, que es una madera más densa que el agua y que sumergían en los arroyos cercanos, eran sus refrigeradores. Los araucanos o mapuches fueron toda una leyenda, ya que como disponían de una buena alimentación se hicieron invencibles. Alberto estaba seguro que los colonos que venían engañados a esta región de la Araucanía corrían un gran peligro. El regalo de las tierras y de herramientas no compensaba para nada estos riesgos y la barbaridad de despojar y matar a los araucanos era a criterio de Alberto una situación que no quería para su principal empleado altamente especializado en sedas quién, en ese tiempo, no sabía de tomar armas ni menos manejar el arado.

Su persuasión con el empleado no resultó, entonces decidió tomar el mismo barco que su empleado y acompañarlo hasta el puerto de Buenos Aires. Además que debía visitar una sucursal de ventas que tenían en esa ciudad de Argentina. Su ex empleado Juan viajó, con los demás colonos, en tercera clase y su patrón en la elegante primera clase. Por el camino Juan le presentó, a su patrón Alberto, a la hija mayor, de 18 años, de un matrimonio de colonos alemanes que viajaban también al sur de Chile que se llamaba Rosina Schraub. Rosina era de una hermosura indescriptible, por ella fue que Alberto se olvidó de todas las enormes responsabilidades que tenía en Argentina y en Suiza y decidió seguir acompañando a la caravana de los colonos a Chile. Le “pidió la mano a su Rosina” y se propuso hacer desistir de esta loca aventura y traer de vuelta a Suiza a su empleado y ahora a su novia, con sus padres , su hermana de 16 años y su hermano de doce. No pudiéndolos convencer decidió acompañarlos al sur de Chile sólo para que se convencieran del engaño de que eran objeto.

Mi abuela me contaba, con sus ojitos llenos de lágrimas que el viaje en barco hasta Buenos Aires fue largo, pero increíblemente más penoso y pesado resultó el viaje desde Buenos Aires a Santiago de Chile con una distancia de 1600 kilómetros, viajando en unas carretas tiradas por bueyes. Después de llegar a Santiago de Chile debieron recorrer, en las mismas carretas, otros 700 kilómetros de Santiago hasta una ciudad del sur de Chile llamada Traiguén. Este fue otro horrendo viaje, ya que se efectuó no mediante la prometida caravana tirada por caballos, sino por varias yuntas de bueyes, los caminos para esas regiones sureñas eran horribles, ya que llovía casi todo el año y eran solo de tierra, el ripio o las piedras de río aún no se usaban. Solo se podía viajar en carretas a menos velocidad que el de una persona caminando lentamente. Todo este trayecto de setecientos kilómetros resultó de varios meses. Por el camino, poco antes de llegar a la meta, se enfermó Esperanza la hermana menor de Rosina, de solo 15 años.

En un poblado, donde descansaban de la interminable marcha, les informaron que había un “Doctor” recién llegado a esta región, lo localizaron e hicieron que atendiera a la hermosa enfermita. Al día siguiente el “Doctor” se acercó a la caravana y les planteó que era mejor que dejaran a Esperanza en su casa. Temiendo que se podría agravar, la dejaron encargada en casa de este, seudo médico embaucador de la medicina, un charlatán que engañaba a medio mundo y además decía que era su esposa una mujer que los vecinos de él decían conocer muy poco. Como era una costumbre de esa época no la dejaba hablar con nadie y además ella no era de la zona. El compromiso con el charlatán fue que Alberto volvería a buscar a la enfermita en un par de días más. Llegó la caravana a Traiguén, les dieron terreno a orillas de un río en lo que hoy se conoce como Galvarino. Alberto volvió, ahora a caballo, a buscar a la enferma y grande fue su sorpresa, ya que el charlatán que se hacia pasar por médico, se había ido del lugar llevándose a Esperanza y a la otra mujer, que al decir de los vecinos, también era una secuestrada. Todo indicaba que se dedicaba a secuestrar mujeres para venderlas, en las casas de prostitución. Mi abuelo Alberto, como disponía de dineros y de protección del Consulado Suizo organizó un grupo de diez campesinos a caballo que trabajaban día y noche tratando de encontrar una pista que sirviera para encontrar a Esperanza. Desgraciadamente todo este alevoso delito lo hizo el bandido sin dejar rastro alguno.

El día 16 de Marzo de 1889 se casa Alberto con Rosina, con una enorme pena de por medio, en la ciudad de Traiguén. Ahora no podía volver Rosina a Suiza, ya que se juramentaron de no hacerlo hasta encontrar a Esperanza. El grupo de diez personas dedicadas a la búsqueda subió a quince y después a veinte; fueron realmente la primera policía organizada con fines humanitarios en la región. Mi abuelo se recordaba de la forma como funcionaba la policía en su país, entonces estableció que se guiaran por algunos de los reglamentos de la ejemplar policía Suiza. Trabajaron pagados por Alberto más de seis años en la búsqueda de Esperanza y de paso ayudaban a otras personas que eran objeto de abusos por los infaltables facinerosos. Posteriormente, algunos años después, aparecieron otros grupos que cobraban dinero para “limpiar de indios” los terrenos entregados a los colonos. Estos seudo policías se dedicaban a matar mapuches a mansalva, entre los que dirigía a estos grupúsculos había un reconocido bandido que se hacía pasar por aristócrata diciendo que descendía de familias europeas ilustres. Mi abuelo, como venía de Europa no se dejaba embaucar fácilmente. Además Alberto era un hombre con una formación cultural que no soportaba, por ningún motivo, los argumentos de que matar indios no era un acto criminal. Era un hombre que había conocido muchos lugares del mundo. Había visto en la China, con la que mantenía contacto en su fábrica de sedas, a hombres de gran capacidad, a personas muy humanitarias y que físicamente eran casi exactamente como estaban formados los araucanos, tanto el color de su piel como sus pómulos sobresalientes y la forma de sus ojos era muy parecida. Él pensaba que los chinos eran de origen araucano, o vise versa. Nunca ocupó las armas que le entregó el gobierno chileno a cada colono para que “limpiara su terreno.”

Muchos años después de esta historia, Juan Kind, teniendo más de 90 años, nos invitó a mi y a un grupo de profesores a un banquete en su latifundio. En esa oportunidad me mostró una carabina con el nombre de mi abuelo y me la quería entregar solemnemente. Le dije, si mi abuelo no la quiso usar jamás, yo tengo ahora mayores razones para no desearla. Entonces partió con su discurso. “Eres tan ingenuo como tu abuelo. Yo era también de esas creencias cuando estaba en Suiza. Pero aquí en América se tiene que aprender a vivir de otra manera. Este es otro mundo, aquí no se puede ser bonachón.” Y continuó su largo discurso ante más de veinte de mis colegas profesores del Liceo de Hombres de Temuco que andábamos tomando exámenes a los colegios privados en esa región. “Imagínate, tu abuelo gastó varios millones de dólares, que pedía por medio del consulado suizo a Zurich, en muchas tonterías, entre otras: la fundación de una imprenta para convencer y convertir al humanismo civilizado, a los semi analfabetos y a los colonos a que debían comportarse con la así llamada decencia europea. El pobre de tu abuelo, no se daba cuenta de como había de comportarse para hacerse de dinero en este nuevo mundo. Las autoridades chilenas recién habían llegado a un “convenio” con los mapuches. Los araucanos debían irse de las márgenes del río Cautín. Debían salir del valle entre el río y el cerro Ñielol. Al que no lo hizo lo llevaron como esclavo a las minas de los lavaderos de oro, hasta que dejaron finalmente este inmenso valle para los fines militares. Después cambiaron de opinión por ser esta región peligrosa para ellos. Con cientos de miles de dólares Alberto compró al gobierno chileno parte de estos terrenos, donde se extendió ahora Temuco. Regaló terrenos, para edificar, al que se lo pidiera. ¿Tú crees que alguno de esos le agradece? Tu abuelo fue tomado por un hombre bonachón y tonto. Hay que llevarle algún cuento y sacarle plata al gringo, era lo que se escuchaba en muchos rincones. A mí me regaló ese otro terreno, que le habían dado a él como colono, que está al otro lado del río. Por supuesto que yo me lo merecía, había sido un empleado suyo durante casi diez años. Lo junté con el que le regalaron a los padres de Rosina y a los terrenos que me regalaron a mí y como tú sabes no tengo tiempo suficiente para conocer en detalle la extensión de todos mis campos. Tu abuelo se hizo millonario en Europa comerciando en sedas con China. Yo gané dineros, como muchos otros colonos, con los métodos precisos que había que usar aquí en el Sur de Chile. Esta gente, de origen indiano, no es que no sirva para nada. Ellos solo pueden cuidar animales, son excelentes para criar chanchos, pero Alberto creía que podían como nosotros sacar cuentas o aprender a leer. Ahora claro hay algunos que pueden llegar a la escuela, pero eso es porque se han cruzado las razas con las de europeos. Mi nieto Juanito, que fue compañero tuyo de internado y después como colega ya me ha informado de lo rebelde que son tus ideas. Por eso he hablado tan largo y he sacrificado estas perdices, que son de mi propio criadero, no por tus creencias, ni las de Alberto. Lo hago solo por el recuerdo a Alberto quién murió pensando que yo, su mejor empleado, me había convertido, de ser un hombre europeo, en un asesino de mapuches. Esta era su opinión que me la decía siempre que nos juntábamos”.

Terminado este discurso, nadie dijo nada, como tampoco nadie aplaudió para nada. Él hablaba a un público de una nueva cultura, de una cultura globalizada, para mis colegas era penoso escuchar a este anciano que creía que tenía el reconocimiento de la nueva sociedad, por lo bien que había realizado las cosas en su vida. Alberto perdió dinero, pero murió con su conciencia muy tranquila. Su amigo con sus discursos quería justificar lo injustificable. Tenía su conciencia comprometida con su pasado. Temía a la muerte, ya que creía que tendría algún juicio después de su muerte. Alberto le recordó más de una vez, según me contó mi abuela Rosina: “en tú juventud, cuando eras empleado de mi fábrica “Chineseide”, formulabas en tus discursos para los trabajadores diciéndoles que todos éramos iguales. Que no se dejen explotar por Alberto Buholzer. Y cuando yo te expliqué que yo también, siendo tu patrón, participaba de tus ideas de que felizmente todos nacemos iguales, nos hicimos amigos”. Mi abuela me agregaba, “ahora cuando se encuentran solo discuten sobre este tema. De amigos se han convertido casi en enemigos. Alberto creía en la igualdad de todas las razas y Juan ha cambiado totalmente su alma, dicen que vendió su alma al diablo, pero yo no creo en estas cosas. Lo que creo es que solo piensa en ganar dinero y esto lo ha transformado en otro tipo de ser humano.” Esa era la opinión de mi Abuela.

Juan Kind en su vejez tenía una lucidez mental que le hacía recordar el pasado con toda claridad. Su enfermedad era que fue transplantado de un estado de conciencia a otro. Todos los transplantes, hasta los del alma, tienen su rechazo y él sufría las consecuencias de este rechazo. Su remordimiento de conciencia aparecía cuando menos se lo imaginaba. Eso es lo que yo pienso en cuanto a estas insólitas invitaciones a comer perdices.

Nota:
Foto 1: copihues de la Araucanía.
Foto 2: 1952 Rosa Schraub de Buholzer, Clotilde Matamala, Marta y Raúl, en Valdivia.
Foto 3: 2004.08.25 Raúl en el Jardín Botánico de Colonia.

Introducción

Hemos decidido a modo de introducción comentar cuatro de las veinticinco historias.

Somos autores de esta Página Web con 25 capítulos con historias, relatos y anécdotas de nuestra vida de viajeros transeúntes por ambos hemisferios del mundo. Nuestros quince viajes a Europa nos han convertido en experimentados viajeros y observadores. Nosotros hemos podido apreciar y comparar culturas europeas y de otros países con la nuestra. Nuestras experiencias de sabrosas anécdotas y de interesantes observaciones no las hemos querido dejar en el olvido total. Nosotros cuando recordamos alguna de esas anécdotas que les contamos a continuación, aunque ya han pasado varios años gozamos con este recuerdo. No hemos querido dejar de contarles estas cosas a nuestros parientes y a nuestros amigos, por medio de internet.

Creemos que esta experiencia nuestra les puede servir de orientación, sobre todo a los más jóvenes para que se conviertan en viajeros y gocen trasladándose a otros mundos.

Ojalá que ellos lleguen mucho más lejos e incluso en treinta o cuarenta años más lo puedan hacer, no sólo cambiando de hemisferio como nosotros, sino trasladándose a plataformas orbitales ya en construcción, o haciendo otros viajes de turismo espacial, etc.

Aunque ya les enviamos gustosos por internet todas las historias, anécdotas y relatos, unos tras otros, por si se les extravió alguno de ellos, o los desean leer de nuevo en cualquier punto del mundo, ahora se las entregamos todas juntas aquí por medio de este Blog y de la nueva Página Web titulados, “Historias de Raúl Buholzer”.

Ahora son ustedes dueños de estas veinticinco historias, ya que se las mandamos en esta Página Web por internet. Ahora pueden verlas en los tantos millones de café interné ubicados tanto en Buenos Aires, como en Montevideo, o en París, Moscú, Pekín, etc.

La primera comienza con el increíble romance del abuelo Alberto Buholzer, a fines del siglo antepasado. Él la persiguió durante un año cambiando incluso de hemisferio y de hábitat, de la Europa majestuosa se traslada la pareja a vivir al sitio más dramático de la barbarie de exterminio humano, o sea a Chile... Mejor léalo usted.

Les contaremos en estas historias como es de emocionante salir en un frío invierno de Santiago de Chile y llegar en menos de 24 horas a un caluroso verano de Europa. ¡No tener jamás el odioso invierno! Este es un tema futurista, deseamos que se les otorgue como derecho, vivir siempre en primavera y verano, a todos los jubilados del mundo como un premio por sus 30 o más años de aporte de trabajo para el progreso de la humanidad.

Incluimos otra parte interesante de la vida de Neruda, compuesta por numerosas experiencias vividas por Raúl Buholzer desde su niñez con el Vate Pablo Neruda.

Como está claro y demostrado ahora que los hombres vivieron en Chile en la zona de Monte Verde hace más de 33 370 años atrás, entonces convirtiéndose éste en el primer asentamiento humano de toda América. No es una utopía suponer, que terminemos con argumentar, que según las posibilidades concretas que existen al presente el Homo Sapiens salió a poblar el resto del mundo, también de debajo de las Araucarias Araucanas milenarias que viene viviendo desde hace más de 65, 5 millones de años.

Agradecimientos de Raúl a Cecilia

Estas 25 historias las he hecho junto con Cecilia Doggenweiler Aeta, en un compromiso de hacerlas para que nuestros familiares y amigos sepan las experiencias adquiridas tanto por mí, como por Cecilia en sus respectivos hábitat de Dortmund y Colonia. Por supuesto que Colonia, la ciudad donde vive Cecilia, viene de la época de los romanos y tiene mucho más historias interesantes que las de Dortmund. Está en nuestra carpeta escribir sobre algunas historias vividas separadamente en cada una de estas típicas ciudades. Algo ya les hemos entregado al escribir sobre el fantástico carnaval internacional que significó el último Campeonato Mundial de Fútbol. Para cada una de estas grandes ciudades de Alemania fue una invasión de entusiasmo de miles de disfrazados de casi todos los puntos de la Tierra. Fuimos vuestros periodistas, les enviamos algunas fotografías. Cecilia me fotografió muchísimas veces, pero una vez lo hizo con tanto acierto que esa foto seguramente recorrió el mundo, ya que me encontraba bailando zamba con el grupo de bailarinas oficiales del Brasil y en medio de la calle principal de Dortmund.

Cecilia ha participado conmigo en una gran parte de las historias, en otras me ha reporteado admirablemente bien. Le estoy muy agradecido. Le he pedido una foto donde esté ella en su ciudad. Esta hermosa foto que aparece aquí junto a estas líneas, está tomada en el bello Jardín Botánico de Colonia.

Raúl Buholzer M.
Dortmund
16 de julio del 2007

Nota:
Foto 1: 2004.08.25 Cecilia en el Jardín Botánico, en Colonia.