domingo, 26 de junio de 2011

“Balance de la vida en su lucha contra la muerte”

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Relato hecho por Aída María Román.

Conversando con Raúl él tocó un tema relevante en un largo día de verano y como yo andaba con la grabadora a cuestas le dije, cuéntame no mas por favor con detalles esa crucial historia que me estás empezando a narrar. En vista de esto, yo saqué mi grabadora de inmediato. Raúl, que ya cumplió los 82 años, aún se mantiene con muchos deseos de seguir recordando importantes acontecimientos de su vida. Yo preparé la entrevista y miren lo interesante que resultó.

“De como le salvé la vida a un amigo”

A Amelia y a Guillermo los conocimos en la década del setenta, en la ciudad de Temuco, y nos hicimos de inmediato amigos. Juntos con Guillermo, Amelia y mi familia pasábamos algunos fines de semana en Lican-Ray, a orillas del hermoso y legendario Lago Calafquén. En las márgenes de este lago, y sus atractivas y encantadoras doce islas, tenía por ese entonces mi casa de veraneo. Con Guillermo hicimos una buena e íntima amistad, a raíz de que ambos éramos profesores y teníamos casi una misma filosofía.

En aquellos tiempos yo preparaba una novela de ciencia ficción futurista y él era Profesor de Literatura de la Universidad de Chile. Esto de que yo dedicara parte de mi tiempo a la literatura unía nuestra amistad. En primer lugar yo trataba de escribir lo sucedido en el ámbito de los descubrimientos más importantes de la ciencia, la salida de Yuri Gagarin al cosmos, 1959, y en especial de la informática, hasta llegar a aquel momento en el que recién habían aparecido los computadores de bolsillo. Yo me mantenía muy bien informado pues manejaba, por medio de la Universidad Técnica del Estado, un terminal de una IBM 360, único en ese momento en la región sur de Chile. Esto ocurría a comienzos de la década del setenta. La segunda parte de la novela era realmente una novela de ciencia ficción, que consistía en proyectarse pronosticando lo que podría suceder con la informática en el resto del siglo veinte, y hasta el 61 del siglo veintiuno. En el año 2061 se van a cumplir cien años de la salida del hombre al cosmos.

En 1976 Guillermo y su familia, como igualmente yo y la mía nos fuimos a trabajar a Europa. Él y su familia a Alemania del Este y yo a Alemania del Oeste. Nos escribimos y nos vimos de vez en cuando, en una de esas oportunidades Guillermo y su señora estuvieron invitados por nosotros una semana a nuestra casa. Vino Guillermo y en su calidad de catedrático, aprovechó el viaje para realizar interesantes conferencias sobre Chile, en las Universidades de la provincia alemana de Renania Westfalia.

Pasaron los años... Volviendo a arreglar mis papeles de jubilación a Chile en 1992 y cuando fui de visita a la casa de mi amigo y colega Aníbal, en Valparaíso, sabiendo que Guillermo estaba de vuelta en Chile le pregunté por él. Aníbal me contó que tenía contacto con nuestro colega y me dio su número de teléfono. Llamé a Guillermo de inmediato y nos pusimos de acuerdo para almorzar juntos al día siguiente, que era domingo, en su departamento con las clásicas y apetecidas cholgas. Después del almuerzo, algo rociado, salimos en bus a dar un paseo por las playas de Valparaíso.

Bajando del bus, comenzamos nuestro paseo a pie frente a una gran escuela, la que a esas horas por ser domingo estaba cerrada. Seguimos el paseo por la atractiva parte posterior de esta escuela, con sus más de diez mil metros cuadrados de césped que cubrían todo el espacio desde el edificio hasta llegar al mar. Mientras los tres conversábamos paseándonos, Guillermo se nos separó adelantándose unos treinta metros por el hermoso césped.

Seguimos conversando amenamente con Amelia... De repente le digo a ella, Guillermo iba ahí delante de nosotros, ¿dónde está ahora? Empezamos a buscarlo por el lugar donde lo habíamos visto ir y siguiendo las huellas que él dejó en el pasto nos acercamos al lugar y nos dimos cuenta que allí donde terminaban las huellas sobre el césped, él estaba colgado en un abismal pozo. ¡Estaba colgando! Se afirmaba a duras penas con sus dos manos de un par de palos de coligues que quedaron descubiertos del césped. El maldito pozo no tenía una tapa metálica, ni de madera, ni de cemento, estaba cubierto por un engañoso césped superficial que se extendía como una trampa sobre unos palos roídos, los que a penas se veían entre el pasto. Estos palos cubrían el peligrosísimo pozo, cuyo fondo llegaba a un caudaloso canal, el que llevaba al mar las aguas servidas de esa zona de Valparaíso. En ese pozo siniestro agarrado con sus manos a dos de estos coligues estaba mi amigo Guillermo, a punto de soltarse y caer a una profundidad de más de veinte metros, por donde corrían caudalosamente las aguas al mar. Lo insólito es que no había ningún letrero a la vista advirtiendo de este grave peligro.

Miramos a todos los alrededores, no había a quien pedirle ayuda. A esa hora solo pasaban algunos vehículos por la carretera, a orillas del mar, la que quedaba a cerca de cien metros de donde nosotros estábamos. Me tendí de inmediato sobre esa trampa a tomarle los brazos entre los coligues a mi amigo, gritándole que no se suelte, que siga afirmándose hasta que yo logre levantarle a él un brazo para que ponga el codo encima de los palos. Yo hacía todos los esfuerzos posibles para levantarle un brazo y no lo lograba con mis ya desgastadas fuerzas, entonces Amelia se tendió también por el otro lado y entre los dos logramos ponerle el codo encima y con esto Guillermo sacó la cabeza a la luz. Acto seguido con el otro brazo hicimos lo mismo hasta que quedó colgando no de sus manos, sino ahora de las axilas. Me apretó fuertemente aferrándose con su mano ya libre a mi brazo y lo mismo hizo con la otra mano aferrándose al brazo de ella. Ahora nos tomaba él y al mismo tiempo lo tomábamos nosotros de sus brazos y de esta manera nos acuclillamos y entre los dos lo arrastramos por el pasto, fuera del hoyo maldito que tenía deseos de tragarnos a los tres y llevarnos al mar para ser devorados por la fauna marina.

Allí en el bien cuidado césped quedamos los tres tendidos y extenuados hasta que alrededor de una hora después de estar en esa posición fuimos divisados por un grupo de turistas que casualmente pasaba por el camino cercano al lugar. Se acercaron y se alarmaron al vernos con nuestras mejores ropas de domingo embarradas. El guía turístico nos informó que de haber caído al hoyo las aguas nos habrían arrastrado hasta el mar y que habríamos tenido la vida absolutamente perdida, que las aguas de ese maldito canal de desagüe llegaban a un acantilado a orillas del mar, cayendo nuevamente desde otros veinte metros de altura.

Guillermo quedó callado y traumatizado, no habló una sola palabra por muchas horas y nunca después quiso hablar de este tema. Este terrible suceso lo impresionó muchísimo afectando seguramente su vida personal.

Después de este horrible y dramático paseo nos fuimos, por supuesto, en taxi de vuelta al departamento de Amelia y Guillermo. Al pagarle el viaje nos dimos cuenta que el taxista continuaba muy interesado en saber la causa de tener a sus clientes con la ropa tan extremadamente sucia en pleno día domingo, a raíz de esto Amelia tuvo la amabilidad de darle una explicación de nuestro accidente. Llegando a casa ellos se cambiaron de ropa y yo me limité a limpiar superficialmente la mía. Nos revisamos los brazos todos magullados y aún adoloridos, no teniendo felizmente heridas profundas. Guillermo se fue de inmediato a acostar. Luego Amelia y yo tomamos onces y conversamos de la gravedad de esta atroz experiencia que habíamos vivido, que nos ocupó toda la tarde de ese día domingo, sin haber podido alcanzar a llegar de paseo al mar. Enseguida yo me fui en taxi donde mi amigo Aníbal. Al verme éste quedó perplejo por el estado calamitoso de mis ropas con las que yo volvía, después de haber ido a visitar a unos íntimos amigos. Al contarle el acontecimiento me dijo que corrí un enorme riesgo, que este tipo de problemas se avisan a Carabineros y que ellos envían equipos de socorro al lugar. Eran sus palabras tan sabias, pero tan inútiles, que yo le respondí diciéndole que eso era imposible, que la emergencia era demasiado grande, que allí no había teléfono cercano, por lo que el camino adoptado era el único posible. ¡Había que arriesgarse!

Guillermo y su señora volvieron a trabajar a Chile a comienzos de la década del noventa. Amelia fundó en Chile una importante organización, cuyo objetivo era preparar a los alumnos egresados de la Educación Secundaria para que obtuviesen un buen puntaje en la Prueba de Aptitud Académica. Con los años pasaron por esta escuela miles de alumnos, en los locales de Valparaíso y en otras sedes. Fui invitado por algunos profesores universitarios para que volviera a Chile y trabajara allí en alguna organización de educación en esta preparación preuniversitaria. En esta área yo había tenido mucha experiencia, en años anteriores.

“Derrotando a la muerte”

Es curioso. A mi me parece que he estado muchas veces muy cerca de la muerte. Es una suposición mas bien estadística, como es en este caso, que el amigo que estaba a milímetros de ella nos arrastraba, sin quererlo, casi sin falta a tener este mismo destino, lo que habría sido como una gran tragedia para nuestras familias y amigos, sobre todo porque era Marzo de 1992.

Yo creo haber estado muy cerca de la muerte, no sólo en mi estadía en el hospital, durante la delicada operación de tres bypasses al corazón (1995), sino a lo menos en otra docena de situaciones. Varias veces con mi moto de carrera, en los caminos de la Provincia de Valdivia (1950-1952)...; en la caída libre de un ascensor, al que se le cortaron los cables, en Buenos Aires (1953)...; otra relacionada con un ascensor, al salvarle la vida a un trabajador de la empresa, en el Frigorífico Armur, en Buenos Aires (1954)...; incendio provocado en el frente de mi casa, felizmente apagado con la ayuda de mis vecinos (1957); a la semana siguiente, mientras hacía clases un disparo rompe los vidrios de mi sala de clases, quedando incrustado en el pizarrón al lado de donde yo estaba escribiendo (1957); viajando en un auto con un matrimonio amigo, Nora y Lucho, al cortársele la dirección, bajando una larga y empinada cuesta en el Archipiélago de Chiloé, chocando con un poste, quedando el auto destrozado y milagrosamente suspendido al borde de un precipicio (1972)...; en incendios en dos de mis propiedades, en La Araucanía (1963 y 1973)...; de las casi 900 horas de vuelo que llevo hasta ahora se consideran natural estos dos riesgos de muerte por los que he pasado, en el 2% de los vuelos que he realizado en avión, viví dos delicados accidentes en los cuales se tuvo que llegar al extremo de tener que aterrizar sin combustible, en Concepción (1970), en Buenos Aires (1990) ...; y en algunas situaciones mas que no las recuerdo muy bien.

Ahora tengo ochenta y dos años y siete operaciones, pienso que muchos de mis compañeros de colegio que ya han fallecido, seguramente, han tenido más situaciones emergentes que a las que yo he estado enfrentado. Creo que mis amigos se deben haber escapado de muchas situaciones de emergencia extrema antes de fallecer. Seguramente nadie quiere narrar este desagradable e incomprensible tipo de instancias y nuestra memoria se defiende llevándolas al olvido, se resiste y nos cuesta escribir y describir en detalle vivencias desagradables de esta índole.

En general los animales vivían siempre al borde de la muerte. En ellos su vida no terminaba casi nunca de muerte de vejez natural.

Actualmente nosotros, mediante nuestra inteligencia y los avances de la ciencia prolongamos, año tras año, maravillosamente el promedio de vida de “la muerte natural” de vejez. España es el país que ostenta el promedio más alto del mundo de la llamada muerte natural por vejez. Las mujeres con aproximadamente 82 años y los hombres con 78 años. Este promedio a comienzos del siglo pasado no alcanzaba a los cincuenta años. En el siglo veinte el promedio de vida en España y el mundo subió aproximadamente casi cincuenta años. Si las cosas van así a finales de este siglo el promedio de vida será de ochenta más cuarenta años, o sea, a lo menos de ciento-veinte años. Todo este cálculo es sin considerar los revolucionarios adelantos científicos con respecto a este tema, como ser trasplantes completos de órganos clones hechos en laboratorio mediante el cultivo de células madres, vale decir, riñones, corazón, ojos, etc. Utilizando, por supuesto, para estos trasplantes las maravillosas máquinas robóticas que ya están empezando a utilizarse en Alemania.

Las prometedoras nuevas finísimas plaquetas de ese maravilloso material obtenido de las minas de los lápices de carbón, con los que se escribe y se hacen gráficos negros. Las láminas de este material son de dos dimensiones, largo y ancho, ya que su grosor es mono-atómico de carbón. Por ser de carbón estas láminas no las rechaza nuestro organismo. Por el descubrimiento de este maravilloso material, GRAFENO, se concedió Premio Nobel de Física en el año 2010. Este grafeno ya se está utilizando para hacer microprocesadores y en estudio para la medicina. La placa es dura, ultra fina y transparente. Como de los lápices salen pedacitos muy pequeños los físicos están ideando máquinas para unirlos y tener plaquetas de dimensiones apropiadas para cubrir nuestros huesos, etc.



Por fortuna felizmente hay miles y miles de otras vivencias en la alegría del vivir, donde hemos pasado casi todos horas, días, semanas o años plenos de felicidad y sin peligros de muerte. El balance de la vida, en su lucha contra la muerte, está indudablemente a favor de nosotros, los seres racionales, que hemos adoptado una vida enteramente positivista.
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