jueves, 28 de agosto de 2008

"Un regalo de cumpleaños y sus consecuencias"

Recopilado por Aída María Román de los recuerdos de Raúl Buholzer M.

Dijo Raúl.
“Cumplía mi hija Yenny 7 años de edad, como estaba enferma de hepatitis y debía guardar cama por varios meses, entonces le regalamos una hermosa pareja de conejos angora con una bonita jaula. La agraciada pareja de conejos la criamos en esta jaula y se la llevábamos a Yenny todas las mañanas a su pieza. Dos semanas después nos dimos cuenta que a la coneja le crecía su guatita, entonces estábamos muy contentos con este aviso de la llegada de conejitos. Como empezaron a multiplicarse, les comprábamos otras jaulas y los dejamos en la trastienda del patio de nuestra casa de Temuco. Un buen día se habían multiplicado ya tan numerosamente que se llenaron las diez jaulas de conejos y conejitos. Yenny, por supuesto, los conocía y les había puesto nombres a todas las diversidades de familias de conejos, hasta a los recién nacidos. Me costó convencer a mi hija de que la multiplicación era explosiva y que por lo tanto había que ir regalándolos y que al regalarlos la gente no daba garantía que no los fuesen a cocinar. No quería que mi hija llevara el trauma que yo arrastraba desde niño, cuando supe que habían asado un corderito que yo había criado y cuidado durante un largo tiempo. No queriendo causarle traumas psicológicos a Yenny le sugerimos cariñosamente que le pidiera al tío Enrique, que vivía en Licán-Ray, que los lleve a una de las islas del Lago Calafquén. El mejor argumento para convencerla fue que las islas tenían mucho pasto, o sea alimentación para muchos años y que ella los podría ir a visitar”.

“Un fin de semana cuando el tío Enrique fue a visitarnos a Temuco la propia Yenny le pidió que lleve los conejos a una isla del lago Calafquén donde tengan mucho pasto. El Tío Enrique que adoraba a su sobrina se los llevó ese mismo día en un camión, que transportaba materiales de construcción para nuestra ferretería. Una vez dejados en la isla se multiplicaron por cientos, por lo que arrasaron con la vegetación de la isla. Este traslado le dio el nombre a esa isla, llamándosela desde allí en adelante, la Isla de los Conejos”.

“La isla se puso entonces muy encantadora y fascinante. En esta isla el Tío Enrique encontró un lugar apropiado para atracar nuestra balsa y botes. Había una pequeña caleta y la habilitó limpiándola de troncos y malezas. Como ahora había esta comodidad para atracar los botes empezaron a llegar turistas. Entonces, pasó lo que tenía que pasar y algunos de estos visitantes se tentaron con la idea de asar conejos al aire libre. En vista de esto el Tío Enrique, que era conocido como muy bonachón, colocó un inocente letrero en la isla pidiendo que no mataran a los conejitos, pero que si llegaban a hacerlo por extrema necesidad dejaran por favor su cuerito en un colgador especial que él dejó instalado con este objetivo. Los cueros le servían para llevar la contabilidad de la reproducción de los conejos”.

“Quisimos ampliar este proyecto y poblar de conejos angora todas las islas del lago Calafquén, pero ya se había hecho muy popular el nombre de la Isla de los Conejos y no fue posible por esta razón, porque se identificaba idílicamente a esta isla con este decidor nombre. Nuestros amigos y sobre todo sus niños conocían la historia del curioso regalo de cumpleaños que se multiplicaba sin cesar”.

Resumen de Aída María.

Yo supe muchas cosas graciosas al respecto.
Primero: que este pequeño regalo a Yenny originó el nombre a una isla.Segundo: supe también que fue muy curioso que la isla que estaba cubierta de matorrales y pasto fuese limpiada por los conejos hasta de los matorrales y que como era una superficie extensa su pasto se alcanzaba a renovar constantemente originando un lindo césped. La Isla de los Conejos se convirtió así en un hermoso y limpio lugar, como un parque de pequeñas dimensiones.
Tercero: los eucaliptos y otros árboles de la mencionada isla también salieron muy beneficiados, ya que sin tener las marañas y enredaderas a su alrededor se desarrollaron con mucha mayor rapidez.
Cuarto: Yenny creció y los conejos seguían generación tras generación habitando la misma isla. Diez años después Yenny se daba el lujo de nadar los casi tres kilómetros de distancia de Licán-Ray a esta isla, desde donde observaban a la visitante las nuevas generaciones de conejos, sin saber que ella era la que había organizado que fuesen llevados allí, a este Edén, sus tatara-tatara-tatarabuelos.

Muy interesante que un pequeño regalo de cumpleaños haya originado esta serie de curiosas consecuencias.

Nota:
foto 1: 1960 Yenny Buholzer, en Temuco.
foto 2: Isla de los Conejos, Lago Calafquén.