Anécdotas recopiladas por Aída María Román.
Como la agilidad de Raúl Buholzer para atender sus almacenes, la fábrica de carbón vegetal para el carburo y para hacer los trámites en sus cuatro cuentas bancarias era tan grande que yo no me la explicaba, le pedí a Raúl que me cuente cómo lo hacía. Resultó que el actor principal de esa tremenda agilidad era una moto inglesa de carrera.
A continuación podrán ustedes leer el relato que Raúl hizo de su caballo metálico robótico, el que en un momento de su historia, entre otras gracias, le causó un menudo susto a toda la Municipalidad de Lanco.
“Al volver de estar estudiando en Argentina el Doctorado de Física Teórica, en el año 1953, me casé con Marta, me fui a vivir a Malalhue y tuve una hija”.
“Acostumbrado a comprar en los remates en Santiago mercaderías para los almacenes de mi madre, en una de estas subastas me compré una moto con mucha historia. Según el martillero, con esa moto inglesa, marca Rodge, se había ganado una carrera efectuada en Chile un par de años antes. El famoso corredor inglés la había dejado en el Hotel Carrera de la capital en parte de pago. Como no apareció ese corredor inglés en la fecha oportuna la moto salió a remate. Afortunadamente para mi había muy pocos postulantes y la rematé en muy buenas condiciones. La llevé al sur de Chile colocándola en el carro de equipaje del mismo tren en que yo viajaba ese día hasta Lanco. Retiré la moto del equipaje y me fui en ella a mi casa, cuando llegué a Malalhue noté que la moto tiraba poco. Tenía poca fuerza y estaba echando humo por el tubo de escape. La tuve guardada en el garaje durante unos meses”.
“Felizmente apareció en el pueblo preguntando por mi un mecánico chileno, Antonio Álvarez, que trabajaba en Buenos Aires. Esto fue una casualidad muy bienvenida. Antonio fue informado que yo era un chileno argentino como él. Él venía a Malalhue en busca de su único tío, ya que sus padres habían fallecido en Argentina. Desgraciadamente le tuve que decir que su tío también había fallecido y que estaba enterrado en el cementerio del lugar. Hablamos muchísimo sobre Argentina y en el momento de despedirse se me ocurrió preguntarle sobre su profesión y salió a la conversación la moto. De inmediato le fui a mostrar la moto y le conté su historia. Él conocía casi todos los tipos de motos, trabajaba precisamente en Buenos Aires en un taller de motos de carrera. Al hacerla andar le diagnosticó rápidamente lo que tenía. Me dio un susto cuando me dijo que el motor había que desarmarlo parcialmente y cambiarle los anillos. Al día siguiente, dicho y hecho, comenzó a desarmarla, le sacó los anillos y me los entregó para que compre de los mismos en Temuco. Me dijo Antonio, -si no hay allí, que me los encarguen a Santiago y si allí no los hubiere, entonces hay que encargarlos a la dirección que yo le di en Buenos Aires-. Mientras tanto le busqué un hospedaje y le di dinero por el trabajo ya realizado. En Temuco no tenían los anillos, por lo que los encargaron a la capital y una semana después Antonio armó la moto con nuevos anillos. Quedó flamante. Según el mecánico, no hay en Chile quien pueda ganarle a correr a esta nueva moto. Pensaba volverse inmediatamente a Argentina, pero yo lo convencí que se quede a lo menos durante ese mes en que yo le había pagado el alojamiento. Se quedó, me arregló la moto y tuvo otros trabajos durante ese período. Antonio fue mi salvación para el arreglo de la moto y la movilización entre mis negocios”.
“Para aprovechar al máximo la potencia de su motor las motos de carrera de ese tiempo tenían escape libre. Su ruido hacía huir espantados al ganado vacuno y a los equinos, no así a los perros que inmediatamente ladraban y seguían a la moto. En todas las calles, de estos pueblos chicos, se juntaban siempre muchos perros callejeros y cuando ellos se acercaban a la moto, yo debía acelerar aún más. Mi corpulenta moto era todo un lujo en potencia y calidad. Su potente motor y batería hacían que la moto fuese pesada y que también llevase neumáticos relativamente gruesos. El ruido emitido hacía salir con preocupación a las personas de los pueblos chicos a mirar por las ventanas a este insólito vehículo que pasaba tronando por la calle. Como en la zona no habían otras motos la Municipalidad no otorgaba ni exigía patentes. Tampoco era obligación usar casco de protección, ni existía control alguno de velocidad, ni carné de conducir de ninguna clase, ni pagos de permiso de circulación, etc., etc”.
“En ese tiempo no había una sola moto, aparte de la mía, en toda la región desde Lanco a Panguipulli. Y estos otros tipos de motos especiales de carrera no eran conocidas ni en Temuco, ni tampoco en Valdivia. Mi moto inglesa de carrera despertó tanto interés que aparecieron varios interesados en comprármela, yo ya no la quería ni vender ni cambiar por un auto. Antonio le acomodó un buen y seguro asiento atrás y en él se sentaba Marta para llevarla diariamente a la escuela. Premiaba todos los días con un paseo en moto por el pueblo de Melefquén al mejor alumno de la escuela durante el día donde trabajaba y era directora Marta. Cuando la iba a dejar los alumnos me esperaban correctamente formados. Ellos se esmeraban en ganar este premio, les encantaba la moto quedaban felices después de haberse subido a este ingenio”.
“Un buen día debí perseguir con la moto al tren Flecha, desde Lanco hasta Loncoche y con un empleado de mis negocios sentado en el asiento de atrás. Luego José se cachiporreaba diciendo que habíamos volado, sin que la moto tocara tierra. Era tal su regocijo que no sentía las piedras y los saltos que dábamos sobre el vehículo. No existían los caminos pavimentados, los caminos eran de ripio y tierra. Sin embargo, al día siguiente de haber salido en la moto conmigo este joven me decía en las mañanas que sentía adolorida la parte trasera, pero mientras viajábamos jamás se quejaba porque le gustaba muchísimo andar en moto. La moto era tan atractiva, que otro de los trabajadores de mi negocio, que era gordito, envidiaba a José por salir conmigo a correr aventuras, las que él contaba ampliadas y corregidas. Yo llevaba a José, porque tenía el peso de un jinete de caballo de carrera”.
“En una oportunidad que me vino a ver mi amigo Hernán Muñoz, yo me ofrecí para irlo a dejar en moto a Quitratúe, que se encontraba a 80 kilómetros de distancia. El viaje era duro, aún llovía muchísimo y los caminos estaban llenos de posas de agua. Para ir a la casa de los padres de Hernán, lo más complicado del viaje era atravesar la famosa y temible cuesta de Lastarrias. Era muy alta y muy larga, los motores de los vehículos sufrían considerablemente con este enorme esfuerzo. Conjuntamente existía otro problema, era conocido que allí siempre habían algunas pandillas o grupos de malhechores. Estos echaban a perder el camino intencionadamente y cobraban precios prohibitivos por sacar a los autos de los pantanos. Tenían yuntas de bueyes preparadas para sacar a los vehículos que se atascaban en esas posas de agua. Ellos mismos las fabricaban y los autos que esquivaban una posa metían la rueda en la otra. Esta historia yo la sabía, sin embargo cuando íbamos bajando la cuesta con Hernán, cerca de Quitratúe, metimos la rueda delantera en una posa de éstas y salimos inercialmente disparados pegándonos contra el ripio de la carretera e hiriéndonos duramente las manos. Un poco más abajo estaban los tipos con las yuntas de bueyes y como ya conocíamos los malos antecedentes de ellos tomamos la moto y nos fuimos lentamente, en primera, por el pasto paralelamente a la carretera hasta esquivar a estos bandidos. Llegamos a Quitratúe, demorando más de cinco horas de viaje, totalmente embarrados y magullados. Pero estábamos en una edad en que esto no era para nosotros nada más que una pequeña aventura. La señora Sarita, madre de Hernán, quedó muy asustada al vernos llegar en esas lamentables condiciones. Un par de días después me volví a Malalhue por el mismo camino, con mucho cuidado, no tuve ningún problema, demorando sólo un par de horas en llegar de regreso a mi casa”.
“En otra ocasión, al tratar de girar a la derecha llegando a un cruce de calles, bruscamente a la moto le quedó suelto el pedal izquierdo y yo inercialmente fui despedido cayendo fuera de la calle sobre el matorral de un jardín. La moto siguió su camino, atravesó la calle y fue a parar justamente contra la Municipalidad de Lanco. Quedó con el motor andando y produciendo un ruido infernal a la entrada de este recinto. En la Municipalidad habían dos regidores que estaban muy asustados mirando por la ventana y no se atrevían a salir. El alcalde salió con su cara muy pálida y no sabía como enfrentar el asunto... Oí que el alcalde decía algo a gritos. Me levanté de entre el matorral, ahora escuchando que decía, -¿quién lanzó esta moto contra nuestro edificio?- Dice usted, ¿que yo lancé la moto? Yo no la he lanzado, le refuté, la moto se fue sola para allá. Y por último gritó nuevamente el alcalde, -¡Pare este demonio y váyase de aquí!- Acto seguido saqué la moto, le atornillé el pedal, me subí a ella y me fui. Unas cuadras más allá tuve que parar la moto para reírme a carcajadas del enorme susto que yo le había dado a las autoridades. Yo notaba que este Consejo Municipal de Lanco me respetaba mucho, probablemente porque yo era un comerciante con una cadena de almacenes, por otro lado la producción de carbón era muy voluminosa y además mi esposa era la directora de una escuela”.
“Afortunadamente no quedé nunca con ninguna pana seria botado en el camino, ya que en esos años todavía ni se soñaba en crear servicios de rescate en carretera, ni en colocar teléfonos de emergencia en los caminos. Yo era Profesor de Física y sin embargo no vaticiné, ni en broma, un futuro con teléfonos celulares, ni la aparición de un servicio de rescate aéreo mediante helicópteros”.
“Nunca, ningún vehículo me adelantó, ni camiones, ni buses, ni tan siquiera el tren Flecha. Tuve otras caídas y después de esto reduje drásticamente las velocidades. Esta moto produjo en mi un cambio muy grande, de imprudente pasé a ser muy prudente, tanto fue así que después de unos años mis amigos me bautizaron como Prudentito”.
“A pesar de algunas malas experiencias, la moto resultó ser una solución maravillosa para resolver con rapidez los múltiples problemas que se presentaban en la administración, control y conexión de mis tres almacenes de Malalhue, Melefquén y Huellahue e igualmente fue muy eficaz para atender los múltiples problemas de la fábrica de carbón vegetal. Y como ya decían mi abuelo y mi padre, ¡Confiar es bueno, pero controlar es mejor!”
Nota:
foto 1: 1953 Raúl Buholzer M.
foto 2: 1956 Raúl Buholzer M.
foto 3: mapa de la zona.
foto 4: 1953 Hernán Muñoz Álvarez.
Nota:
foto 1: 1953 Raúl Buholzer M.
foto 2: 1956 Raúl Buholzer M.
foto 3: mapa de la zona.
foto 4: 1953 Hernán Muñoz Álvarez.