Historia reporteada por Cecilia Doggenweiler A.
Ustedes van a comprender por qué yo también fui impactada por este hecho insólito ocurrido en un desborde del río Cautín y que se ve repetido hasta hoy día en las inundaciones periódicas de muchos otros lugares de nuestro Sur de Chile lluvioso. Por esto describiré detalladamente algo sobre este tema.
El río Cautín tiene en el año 1939 sus historias de inundaciones en grande por estar ubicado en una región muy lluviosa y tener en su trayectoria mucha población. Bordea Temuco por la parte Este y Sur, corriendo sus caudalosas aguas naturalmente de la cordillera al mar. En Chile, como en otros países, las riberas de los ríos tienen un único propietario, que es el mismo río, sin embargo la gente con escasos recursos económicos no compra terrenos, sino que edifica allí, en las cercanías o en el valle mismo del río. El río Cautín cada veinte o treinta años se sale de su curso y origina grandes calamidades a estas personas que han construido sus casitas y plantaciones llenos de gran esperanza de tener sus frutos para ellos y hasta para los nietos. A los pobladores más modestos, generalmente campesinos que han emigrado a la ciudad, no les alcanzan sus escuálidas economías para comprar arbolitos y se limitan a tener su mediagua y una pesebrera anexa habitualmente con un solo cerdo para entregarle sus propias sobras de comida. Lo engordan y lo venden para las Fiestas Patrias del 18 de septiembre, o bien para las Navidades para tener algo de dinero extra, esto es pues toda su fortuna.
Neruda y sus familiares vivían a una cuadra de distancia de Raúl, casi al terminar la calle Matta de Temuco, la que comenzaba en el Cerro Ñielol y terminaba junto a una antigua ribera del río Cautín. Esta calle estaba pavimentada y no tenía mucho tráfico, era la pista ideal para el patinaje de Raulito, él reinaba aplanando esa calle y jugando con los niños y niñas del barrio. Ahí lo conoció Neruda, quien en ese entonces tenía 34 años. Raulito vivía en su mundo semi adolescente como todos los niños de 10 años, ajeno a los ajetreos de las personas de la generación de Neruda.
Un buen día, después de un enorme temporal en el que llovió ininterrumpidamente durante una semana, cuando amainó la lluvia y aparecieron al mismo tiempo los rayos del sol, los personajes principales de esta historia salieron de sus casas. Neruda salió de su casa de la calle Matta en dirección al río, preocupado de lo que se calculaba venir como catástrofe, la amenaza siempre latente de una inundación del río Cautín dejando generalmente miles de damnificados y muchos muertos. Raulito con sus 10 años salió a patinar como desesperado apenas apareció el sol y en una de esas patinó corriendo por calle Matta en dirección al río. La calle Matta terminaba a orillas de donde antiguamente pasaba el río y hasta ese día había allí, en esa peligrosa zona de inundaciones, una población ribereña.
Al término de la calle había una muralla de 1,20 metros de altura, que limitaba la ciudad de la zona ribereña. Allí se afirmaron estupefactos los vecinos Neruda y Raulito, no podían creer lo que estaban viendo, el río Cautín se había desbordado de lado a lado barriendo con todo lo que había construido allí. Encima de los maderos de las casas destruidas se paraban gallinas y todo tipo de aves de corral. Se veían nadando desesperadamente animales vacunos y por supuesto muchas casas que eran arrastradas río abajo, seguramente con algunas personas en su interior.
Raúl me contó una situación espectacularmente trágica que le marcó su memoria hasta hoy día y me dijo.
“De repente pasó una casa de madera semi sumergida, sobre cuyo techo se veía a un campesino montado sobre la parte superior, o sea, en el caballete. La casa con el campesino iba velozmente en dirección al mar; el campesino tomaba en esa incómoda posición fuertemente un cordel al que iba amarrado gruñendo un cerdo. Neruda vio esta tragedia y, por supuesto, comentó esta trágica situación de inmediato afirmándome que esa pobre gente y sus familiares afectados por estas catástrofes no tenían ningún tipo de ayuda para seguir subsistiendo”.
“Yo en ese momento no me daba cuenta que la persona que estaba junto a mí era ya un poeta con mucho prestigio. Seguramente oí más de una vez hablar de él a alguna de mis tías solteras que tenían su edad y que vivían con nosotros, pero para mí esa otra generación no tenía relevancia frente a mis intereses”.
Veinte años después, con sus treinta años de edad, Raúl estaba ejerciendo como Profesor de Matemáticas en el Liceo de Hombres de Temuco. Pablo Neruda en uno de sus viajes de visita a Temuco le pide de nuevo al profesor Raúl Buholzer, como lo había hecho varias veces, que lo acompañe a ver algunos lugares que le traían recuerdos inolvidables. Habían andado juntos sin saber que habían sido profundamente impactados por un hecho conmovedor originado por una catástrofe natural ocurrida a fines de la década del 30. Raúl acompañaba a Neruda con mucho agrado, ya que lo admiraba como poeta y siempre iban a lugares interesantes. Lo llevó en su auto junto a su biógrafa, en primera instancia, a visitar un lugar por el que Neruda sentía mucha nostalgia, el lugar donde vivieron sus padres y donde vivía aún una parte de su familia, primos y sobrinos nietos. Raúl me comentó así una anecdótica situación. “Cuando llegamos en el auto a la calle Matta, Neruda me pidió que fuéramos no al lado del cerro Ñielol, sino a la parte terminal más cercana al río. Ahí nos bajamos los tres del auto y nos fuimos al antiguo muro de contención del río. Neruda partió diciendo, -“desde aquí yo vi una enorme inundación”-, mientras la biógrafa tomaba nota yo le agregué, “donde las casas las arrastraba el río y en el caballete de una de ellas iba un hombre sosteniendo un cerdo con un lazo”. Neruda cogió el guante de los recuerdos, me miró y dijo, -“¡entonces tú eras el patinador incansable de este barrio!”- “Así es pues, nos conocemos desde cuando yo tenía 10 años”. Vino un gran abrazo palmoteado y la biógrafa no podía entender, por qué tanta emoción. Ella no sabía que habíamos compartido juntos un gran dolor, de ver a ese campesino, a quien se lo llevaba la corriente y que seguramente era uno de los tantos desaparecidos en ese desastroso acontecimiento”.
A partir de ahí la amistad de Neruda y Raúl tomó otro cariz, incluso de familiaridad, ya que por razones de ser habitantes del mismo barrio Raúl seguía teniendo amistad con sus familiares. Uno de sus sobrinos, actualmente poeta, fue alumno suyo y escribió un poema pidiendo el retorno a Chile de su profesor Buholzer cuando él estaba en el exilio. Lo recitó en la primera reunión de profesores de la región realizada en el salón de actos del Colegio Bautista de Temuco.
Algo muy curioso. Neruda tuvo como compañero de curso a Miguel Stuart Llanos y Raúl tuvo como compañero de internado y de curso a Miguel Stuart hijo. La doble curiosidad es que este hecho ocurrió en el mismo Liceo de Hombres de Temuco, el que ahora, con mucha razón y a toda honra, se llama Liceo Pablo Neruda. Raúl y Miguel continúan siendo íntimos amigos desde hace 65 años.
Nota:
foto 1: Casa de Neruda, Isla Negra.
foto 2: Casa de Neruda, Isla Negra.
Ustedes van a comprender por qué yo también fui impactada por este hecho insólito ocurrido en un desborde del río Cautín y que se ve repetido hasta hoy día en las inundaciones periódicas de muchos otros lugares de nuestro Sur de Chile lluvioso. Por esto describiré detalladamente algo sobre este tema.
El río Cautín tiene en el año 1939 sus historias de inundaciones en grande por estar ubicado en una región muy lluviosa y tener en su trayectoria mucha población. Bordea Temuco por la parte Este y Sur, corriendo sus caudalosas aguas naturalmente de la cordillera al mar. En Chile, como en otros países, las riberas de los ríos tienen un único propietario, que es el mismo río, sin embargo la gente con escasos recursos económicos no compra terrenos, sino que edifica allí, en las cercanías o en el valle mismo del río. El río Cautín cada veinte o treinta años se sale de su curso y origina grandes calamidades a estas personas que han construido sus casitas y plantaciones llenos de gran esperanza de tener sus frutos para ellos y hasta para los nietos. A los pobladores más modestos, generalmente campesinos que han emigrado a la ciudad, no les alcanzan sus escuálidas economías para comprar arbolitos y se limitan a tener su mediagua y una pesebrera anexa habitualmente con un solo cerdo para entregarle sus propias sobras de comida. Lo engordan y lo venden para las Fiestas Patrias del 18 de septiembre, o bien para las Navidades para tener algo de dinero extra, esto es pues toda su fortuna.
Neruda y sus familiares vivían a una cuadra de distancia de Raúl, casi al terminar la calle Matta de Temuco, la que comenzaba en el Cerro Ñielol y terminaba junto a una antigua ribera del río Cautín. Esta calle estaba pavimentada y no tenía mucho tráfico, era la pista ideal para el patinaje de Raulito, él reinaba aplanando esa calle y jugando con los niños y niñas del barrio. Ahí lo conoció Neruda, quien en ese entonces tenía 34 años. Raulito vivía en su mundo semi adolescente como todos los niños de 10 años, ajeno a los ajetreos de las personas de la generación de Neruda.
Un buen día, después de un enorme temporal en el que llovió ininterrumpidamente durante una semana, cuando amainó la lluvia y aparecieron al mismo tiempo los rayos del sol, los personajes principales de esta historia salieron de sus casas. Neruda salió de su casa de la calle Matta en dirección al río, preocupado de lo que se calculaba venir como catástrofe, la amenaza siempre latente de una inundación del río Cautín dejando generalmente miles de damnificados y muchos muertos. Raulito con sus 10 años salió a patinar como desesperado apenas apareció el sol y en una de esas patinó corriendo por calle Matta en dirección al río. La calle Matta terminaba a orillas de donde antiguamente pasaba el río y hasta ese día había allí, en esa peligrosa zona de inundaciones, una población ribereña.
Al término de la calle había una muralla de 1,20 metros de altura, que limitaba la ciudad de la zona ribereña. Allí se afirmaron estupefactos los vecinos Neruda y Raulito, no podían creer lo que estaban viendo, el río Cautín se había desbordado de lado a lado barriendo con todo lo que había construido allí. Encima de los maderos de las casas destruidas se paraban gallinas y todo tipo de aves de corral. Se veían nadando desesperadamente animales vacunos y por supuesto muchas casas que eran arrastradas río abajo, seguramente con algunas personas en su interior.
Raúl me contó una situación espectacularmente trágica que le marcó su memoria hasta hoy día y me dijo.
“De repente pasó una casa de madera semi sumergida, sobre cuyo techo se veía a un campesino montado sobre la parte superior, o sea, en el caballete. La casa con el campesino iba velozmente en dirección al mar; el campesino tomaba en esa incómoda posición fuertemente un cordel al que iba amarrado gruñendo un cerdo. Neruda vio esta tragedia y, por supuesto, comentó esta trágica situación de inmediato afirmándome que esa pobre gente y sus familiares afectados por estas catástrofes no tenían ningún tipo de ayuda para seguir subsistiendo”.
“Yo en ese momento no me daba cuenta que la persona que estaba junto a mí era ya un poeta con mucho prestigio. Seguramente oí más de una vez hablar de él a alguna de mis tías solteras que tenían su edad y que vivían con nosotros, pero para mí esa otra generación no tenía relevancia frente a mis intereses”.
Veinte años después, con sus treinta años de edad, Raúl estaba ejerciendo como Profesor de Matemáticas en el Liceo de Hombres de Temuco. Pablo Neruda en uno de sus viajes de visita a Temuco le pide de nuevo al profesor Raúl Buholzer, como lo había hecho varias veces, que lo acompañe a ver algunos lugares que le traían recuerdos inolvidables. Habían andado juntos sin saber que habían sido profundamente impactados por un hecho conmovedor originado por una catástrofe natural ocurrida a fines de la década del 30. Raúl acompañaba a Neruda con mucho agrado, ya que lo admiraba como poeta y siempre iban a lugares interesantes. Lo llevó en su auto junto a su biógrafa, en primera instancia, a visitar un lugar por el que Neruda sentía mucha nostalgia, el lugar donde vivieron sus padres y donde vivía aún una parte de su familia, primos y sobrinos nietos. Raúl me comentó así una anecdótica situación. “Cuando llegamos en el auto a la calle Matta, Neruda me pidió que fuéramos no al lado del cerro Ñielol, sino a la parte terminal más cercana al río. Ahí nos bajamos los tres del auto y nos fuimos al antiguo muro de contención del río. Neruda partió diciendo, -“desde aquí yo vi una enorme inundación”-, mientras la biógrafa tomaba nota yo le agregué, “donde las casas las arrastraba el río y en el caballete de una de ellas iba un hombre sosteniendo un cerdo con un lazo”. Neruda cogió el guante de los recuerdos, me miró y dijo, -“¡entonces tú eras el patinador incansable de este barrio!”- “Así es pues, nos conocemos desde cuando yo tenía 10 años”. Vino un gran abrazo palmoteado y la biógrafa no podía entender, por qué tanta emoción. Ella no sabía que habíamos compartido juntos un gran dolor, de ver a ese campesino, a quien se lo llevaba la corriente y que seguramente era uno de los tantos desaparecidos en ese desastroso acontecimiento”.
A partir de ahí la amistad de Neruda y Raúl tomó otro cariz, incluso de familiaridad, ya que por razones de ser habitantes del mismo barrio Raúl seguía teniendo amistad con sus familiares. Uno de sus sobrinos, actualmente poeta, fue alumno suyo y escribió un poema pidiendo el retorno a Chile de su profesor Buholzer cuando él estaba en el exilio. Lo recitó en la primera reunión de profesores de la región realizada en el salón de actos del Colegio Bautista de Temuco.
Algo muy curioso. Neruda tuvo como compañero de curso a Miguel Stuart Llanos y Raúl tuvo como compañero de internado y de curso a Miguel Stuart hijo. La doble curiosidad es que este hecho ocurrió en el mismo Liceo de Hombres de Temuco, el que ahora, con mucha razón y a toda honra, se llama Liceo Pablo Neruda. Raúl y Miguel continúan siendo íntimos amigos desde hace 65 años.
Nota:
foto 1: Casa de Neruda, Isla Negra.
foto 2: Casa de Neruda, Isla Negra.