viernes, 20 de julio de 2007

“Mi madre, Clotilde Matamala Videla”

Historia relatada por Cecilia Doggenweiler A.

Ella fue hija de un campesino parcelero de la zona del puente de Malleco, profesora de Educación Básica, esposa de un distinguido profesional y comerciante chileno suizo, enviudó siendo muy joven, tuvo una fábrica de sombreros, taller de modas y a una edad avanzadísima un pretendiente, de su misma edad, le pidió la mano a sus hijos y nietos. Con este pretendiente se produjo una situación muy interesante. Esta si que fue la historia de un amor imposible para don Carmelo. Él mantuvo su secreto durante tanto tiempo, lo que es un récord casi imposible de batir. Por esto le he pedido a Raúl que me cuente los detalles de esta historia que me permito reportearla en este momento con mucho cariño. No pensé que Raúl pudiese tener un recuerdo tan claro sobre un hecho relacionado con la vida sentimental de un hombre que se mantuvo esperando durante más de 70 años para poder declarar su apasionado amor.

Me voy a permitir presentarles a algunos de los personajes de esta historia.

¿Quién fue Clotilde Matamala Videla?

Clotilde Matamala nació en Traiguén en el año 1901. Vivía en el pueblo de Los Laureles, cerca de la ciudad de Temuco. Fue Profesora de Educación Básica y estando soltera trabajó en una Escuela de Educación Primaria en la ciudad de Freire. Su novio Alberto al pedirle la mano a sus padres quiso que ella deje su trabajo de profesora y se venga de nuevo a Los Laureles. Se casó con Alberto Buholzer Schraub en el año 1927. Tuvo tres hijos: Raúl Buholzer Matamala y sus dos hermanos Luis y Alberto. Tuvo más de 5 hijos de crianza a quienes formó, alimentó y educó hasta que se casaron: Victoria Videla, Luis Masicott, Rita Morales, Magdalena Maura y Blanca, entre otros. Vivieron algunos años con ella hasta que se casaron sus cuatro hermanas: Luisa, Olga, Berta y María. Quedó viuda en el año 1936, falleciendo en Santiago en el año 1993. Su sobrino más cercano Osvaldo Acuña en una ejemplar actitud la fue a buscar en un vehículo especial desde Temuco y transportó su féretro de Santiago a Temuco para enterrarla en la sepultura familiar, al lado de su marido Alberto. La acompañaron en su funeral no sólo sus hijos, sino su hermana Luisa, su cuñada Albertina, sobrinos, nietos y sobrinos-nietos. Pero lo más sorprendente es que dentro de las personas que en Temuco asistieron a sus exequias, eran más numerosas las que ella había ayudado en su vida que sus propios familiares. Este altruismo y desinterés llevado a cabo por Clotilde durante su vida es otra cosa que hizo muy interesante esta hermosa narración.

Raúl Buholzer muy emocionado comenzó a contarme una bonita historia de su madre así.

“A mi madre le gustaba mucho narrarme de cómo se conoció y se casó con mi padre Alberto (1894-1936), después de estar él más de seis meses perdidamente enamorado de ella. Clotilde volvía a Los Laureles de su trabajo de profesora en Freire, no todos los días, sino solamente los sábados por la tarde en el tren local que pasaba por Los Laureles y que venía desde Temuco llegando hasta Cunco. Los sábados mi padre iba sin falta a la Estación de los Ferrocarriles, la miraba muchísimo desde lejos, pero como a ella la esperaban sus hermanas pensó que seguramente una de sus hermanas tenía ese flamante pinche y no lo quería comentar”.

“Como Alberto quería tener a lo menos en foto a su Clotilde, se entusiasmó muchísimo por comprar un juguete recién llegado a Chile, que en esos tiempos había producido una fiebre parecida a la fiebre causada, sesenta años después, cuando recién apareció el primer computador. Si se quería tener el equipo fotográfico completo había que importarlo. Le encargó a su hermano Edmundo, que viajaba continuamente a Santiago, hacer las gestiones para que compre por medio del Consulado suizo, una máquina fotográfica con un laboratorio para desarrollar las fotos. En esos años este instrumento y el laboratorio era para esas regiones del Sur de Chile algo absolutamente desconocido, era un exotismo solo de algunos millonarios”.

“Alberto se pasó, entre suspiros por su dulcinea, muchos días estudiando como hacer andar sus nuevos instrumentos hasta que finalmente dominó el sistema. Inauguró su máquina sacándole fotos, con el escandaloso flash a iluminación de magnesio, a toda la familia de su suegra, es decir a todas las cinco hermanas, una por una: a Clotilde, Luisa, Olga, Berta y a María. Al día siguiente se las entregó desarrolladas en formato chico a cada una de las cuatro candidatas a ser sus cuñadas. Alberto desarrolló otras dos fotos en grande, una para su futura suegra y otra aún más grande para Clotilde. Con esto, sin mayores comentarios, se subentendía lo que quería Alberto”.

“A la semana siguiente cuando Clotilde volvió de su trabajo en Freire, de nuevo Alberto se hizo presente frente a toda la familia y sin haber pedido cita previa se dejó caer con un montón de regalos y con una conversación muy seria le pidió la mano a Clotilde. Mi madre dijo que -menos mal que él no siguió la costumbre tan usual de no decirle sus intenciones a la novia, sino que sólo a los padres y tuvo la gentileza de conversar previamente conmigo y preguntarme si me atrevía a casarse con él-. Luego le pidió la mano de Clotilde como correspondía a la viuda, o sea a mi abuela materna Luisa Videla. Esto de sacarle fotos a toda una familia, por supuesto en ese tiempo en blanco y negro, fue un gran acontecimiento e hizo furor en el pueblo de Los Laureles. No había taller de fotografía ni fotógrafo en cien kilómetros a la redonda y en la práctica nadie conocía aún lo que era, ni menos en qué consistía sacarse una fotografía. Aparecieron los supersticiosos arguyendo malos augurios para el que se fotografiara y peor todavía para el que llevara encima una foto de si mismo. Uno de ellos le dijo a mi tía María, que cuide la foto, ya que si se le robaban la fotografía y le colocaban alfileres a esa foto, ella recibiría terribles dolores y la dominarían espiritualmente. Mi tía María conversó con el cura Juan y éste la conformó diciéndole que no tenga miedo, que en enero del año anterior él viajó a Roma y ya el Papa se dejaba fotografiar con estos nuevos instrumentos. Estos no eran satánicos”. historiasderaul.blogspot.com/2009/01/mi-padre-alberto-buholzer-schraub_15.html

“Clotilde, mi madre, vivía en Temuco hasta el año 1980, ese mismo año se trasladó a vivir definitivamente a Santiago en la casa de mi hermano Alberto. En ese tiempo yo estaba viviendo en Alemania”.

“En el año 1992 sucedió algo súper curioso e insólito para toda nuestra familia que vivía en Santiago. Don Carmelo, que era oriundo del Sur, nació y vivió muchos años en Los Laureles, trasladándose a vivir a Temuco y finalmente a vivir a Santiago. En la capital él trabajaba comprando camionadas de maderas, las que luego se las vendía de preferencia a mi hermano Alberto en su depósito de maderas, que estaba ubicado en la calle Carrascal de Quinta Normal. Don Carmelo no era un simple proveedor de maderas de la barraca de Carrascal, a mi hermano lo conocía él desde niño y fue uno de sus proveedores desde que abrió su depósito de maderas en Santiago. Don Carmelo tenía prestado un rincón para sus maderas en la barraca de la calle Carrascal, que quedaba en las cercanías de la casa de la familia de mi hermano menor, quien llevaba el mismo nombre de mi abuelo y de mi padre. Mi hermano Alberto Buholzer Matamala era casado con Albertina Rivera. Muchas veces aparecía don Carmelo en la casa de mi hermano, pretextando preguntar por él, sabía que Alberto no volvería antes de las ocho de la tarde. La cocinera y la niñera ya sabían que él se quedaba de todas maneras a esperarlo en el patio, se aposentaba en los sillones bajo el gran parrón a pasar el estío durante muchas horas. Ellas pensaban que le gustaba el ambiente y la tranquilidad de esa casa y lo dejaban que descansara allí sin hacerle mayores preguntas, que no sean las habituales de ofrecerle algo de beber. Sin embargo él buscaba otra cosa y esa otra cosa era ver a alguien que vivía en la casa de mi hermano. Esto lo hacía tan seguido como si fuera un adolescente locamente enamorado”.

“Un buen día don Carmelo le hizo, a mi sobrina Silvana, una proposición algo insólita. Le dijo que él deseaba costear un almuerzo para toda la familia de la señora Clotilde, incluyendo en la invitación a los hijos, nuera y nietos. El almuerzo que él proponía pagar era realmente un banquete, traer de la panadería empanadas, acompañarlas con cazuela de ave, refrescos, vino tinto, pasteles, etcétera. Deseaba que ojalá ninguno de los invitados dejara de estar presente. Cuando mi sobrina Silvana me avisó de esta invitación, yo que ya tenía algunos problemas para comer alimentos con el colesterol malo, le dije que me excusara, pero Silvana me rogó que yo asistiera sin falta. Me agregó ella, la razón que ha dado don Carmelo es que yo asista sin falta, ya que venía llegando de Alemania y él esperaba precisamente esa oportunidad para hacer esta invitación. Silvana me argumentó que él quería seguramente hacer recuerdos de la época en que fue empleado de mi padre y probablemente estaba de cumpleaños. Como él era un solterón de cerca de 90 años, había que hacerle el honor e indudablemente iba a ser muy interesante lo que iba a contar de esas vivencias de más de medio siglo antes que tenían además que ver con nuestra familia. Pidió que mi madre se sentara en la cabecera de la mesa, a un lado mi hermano Alberto y que al otro lado que me sentara yo”.

“Hicimos finalmente el almuerzo y comimos bajo un enorme y frondoso parrón en una mesa donde habíamos cerca de unos 20 comensales, entre hijos, nuera, nietos y nietas de doña Clotilde. A la cabecera se sentó mi madre con mi hermano y yo y en el otro extremo de la mesa se sentó don Carmelo. Se hizo un brindis por don Carmelo, a pesar que nadie sabía todavía el por qué de esta extraña invitación para toda la familia. Después del brindis don Carmelo hizo uso de la palabra durante un largo rato. Comenzó diciendo, que él empezó a trabajar con don Alberto, mi padre, a los 16 años y que por supuesto él adquirió rápidamente con él los secretos para fabricar el conocido “Jabón Gringo”, mediante grasas y soda cáustica. Enseguida se confesó, ante el asombro de todos nosotros, que a los 17 años él ya estaba profundamente enamorado de la bellísima esposa de su patrón don Alberto. Él siguió diciendo, -conseguir el amor de Clotilde era como soñar en alcanzar algo imposible-. Él respetaba a don Alberto y muchísimo a la señora Clotilde y por lo tanto guardaba este secreto, sin contárselo a nadie. Así pasaron para él varios años de sufrimientos por el amor inalcanzable de su vida. Se juramentó no casarse jamás, mientras no sea con Clotilde y cumplió su juramento. Agregó algo más don Carmelo, que cuando la señora Clotilde se instaló con la fábrica de sombreros en la calle Aldunate de Temuco, él trabajó allí también, le pagó su sueldo, pero él fue a ayudarle sin interés de pago alguno. Siguió diciendo, -ahora que ya me estoy acercando a tener 90 años, he querido pedirle el consentimiento a ustedes que son los hijos y los nietos de Clotilde para casarme con ella-. Hizo además una alusión a que tenía casa y dinero suficiente para que vivieran cómodamente por muchos años sin preocuparse de tener que trabajar. –Como ya han pasado tantos años ahora deseo casarse con ella, aunque sólo sea para compañía-. En ese momento, mi madre encontró el oportuno pretexto para disfrazar su negativa, intervino y dijo, -¡¿Sólo para compañía?! ¡Sólo para compañía no funciona la cosa! ¡No, no, no, no, no! Tu comida está muy rica Carmelo, comamos mejor-. Clotilde, vivía con mucha familia alrededor, no tenía el problema de estar sola, aún cuando ya había pasado los 90 años. Silvana se preocupó durante la comida de no permitir que sus hijos y sobrinos no tomaran en serio la enorme pasión y secreto enamoramiento de don Carmelo. Los jóvenes adolescentes permanecían perplejos, pero relativamente serios.”

“Sin duda fue asombroso y conmovedor oír esta sorprendente declaración de amor, efectuada después de más de 70 años de impaciente espera y de llegar don Carmelo a los casi 90 años de edad. Este si que es un verdadero récord para inscribirlo en el Libro de los récords de Guinness”.

“Todos nos mirábamos y nos sonreíamos asombrados del acontecimiento, respetábamos este sorprendente romance, aún sin ponernos de acuerdo. Era un momento trascendente e inolvidable, sobre todo para nosotros los hijos. Alberto me miró sorprendido sin atreverse a decir una sola palabra, yo lo miré a su vez y me sentí imposibilitado de conversar de este conmovedor tema. ¿Qué podríamos haber respondido al deseo de don Carmelo? ¿Le damos a la mamá en matrimonio, o lo tratamos de perverso? Posteriormente en el ambiente de toda la familia se pudo apreciar que el comportamiento de don Carmelo era diferente, el actuaba ahora como si se hubiera desahogado de algo que lo sentía como una necesidad, admitía las explicaciones de mi madre sin disgustarse en absoluto, como si él ya hubiese pensado que esa iba a ser la respuesta. Él demostraba entereza y perdonaba de todo a su Dulcinea. Por suerte, con su terminante negativa, nuestra madre sabiamente nos evitó, tanto a mí como a mi hermano, dar una respuesta a esta azarosa pregunta. Horas después de la comida su nieta Silvana le preguntó respetuosamente, -¿y usted abuela, no notó nunca que él andaba tan perdidamente enamorado de usted?- Ella no se acordaba claramente de las actitudes de él cuando era joven, porque había 3 o 4 empleados que, al igual que él, duraron muchos años trabajando en la fábrica de cecinas de mi padre Alberto. Enseguida agregó, -ahora me explico, por qué solamente el Carmelo, durante estos setenta años siempre apareció en todos los diferentes lugares y ciudades a ayudarnos, en Los Laureles, en Temuco y ahora en estos últimos años hasta en Santiago-”.
Hasta aquí lo que contó textualmente Raúl.

Síntesis de Cecilia:
La madre de Raúl Buholzer, de Luis y de Alberto, Clotilde Matamala, fue una persona ejemplar, su idilio con Don Alberto Buholzer Schraub fue muy exitoso, un paradigma para su época. Ella quedó trágicamente viuda muy joven, sin embargo como ella era profesora por excelencia, supo educar a sus hijos y a un grupo de niñas y niños adoptivos.

En cada una de nuestras células, en la cadena del ADN, los genes responsables del amor no están programados para otorgar la dicha de amar y ser amado sólo a las juventudes. Carmelo (90) prueba que los genes son eternos y además felizmente no hacen diferencias con la edad de ninguna persona.

Acotación.-Al igual que lo que hice anteriormente, publicar una Página Web con la vida de mi madre, cuya dirección es:
(sin anteponer www.) hometown.aol.de/olguitaaeta
publicaré ahora otra nueva Página Web con este nuevo conjunto de aproximadamente 30 historias, anécdotas y episodios acompañados de fotografías.

Nota:
foto 1: 1963 Matrimonio de Osvaldo Acuna Matamala.
foto 2: 1970 Osvaldo Acuña M., Luisa Matamala Videla, su señora, Berta Matamala V.
foto 3: 1970 Clotilde Matamala V., Berta Matamala Videla.
foto 4: 1979.01.23 Clotilde Matamala Videla.