sábado, 21 de julio de 2007

“El machete samurai que quería Cecilia”

Anécdota relatada por Raúl Buholzer M.

De nuevo estamos en Europa, en junio y en el día más largo del año. ¡Hurra! Estamos escribiendo y recordamos lo que nos pasó en el viaje anterior a Chile, en marzo de este año 2007.

Conversando con los dioses de la razón nos dijeron, vuestros deseos de cambiar las estaciones serán cumplidos. Subid a una gran carroza que no tiene sólo cuatro caballos, sino que en sus alas tiene 4 motores con miles de caballos, la que vuela rauda y majestuosamente, más rápido que un cóndor. Agregaron, este super cóndor sabe como cambiar las estaciones, lo hace en el tiempo de 16 horas, o sea durante toda una noche y su amanecida y en esa maravillosa noche habréis cambiado de Hemisferio, vuestro otoño se habrá transformado en primavera y el odioso invierno en un espléndido verano. La varita mágica que hace posible esto se llama LAN Chile, Iberia, ... ¡Pensar que mi abuelo Alberto Buholzer se fue de Suiza a Chile en un viaje que duró nueve meses, hace ciento veinte años! La razón premia a los optimistas desprendidos entregándoles de regalo una vida más larga y saludable con este cambio; por otro lado castiga a los avaros pesimistas en tener que soportar los inviernos, padecer muchas más enfermedades y por ende una corta vida. ¡“Bienaventurados los que ya no conocen los inviernos”!

Como todos los años en este último viaje del año 2007, resultó fantástico. Al llegar al Aeropuerto de Pudahuel decidimos quedarnos unos días en Santiago. Allí nos esperaba otro montón de caballos para trasladarnos a disfrutar de la brisa marina y de los rayos del sol a la zona de Valparaíso, Viña del Mar y Quilpué.

Tuvimos arduo trabajo reinstalándonos en la ciudad de Quilpué, llamada también “Ciudad Sol” que como ustedes saben, se encuentra también cercana a la costa, en la que se puede gozar de un placentero clima. Las nieblas originadas en la costa se disuelven de Quilpué al interior, transformándose en un riego superficial que produce en esta zona un microclima privilegiado, por lo que puede exportar sus frutos a veintisiete países. Allí es el Edén de las exquisitas chirimoyas.

Para sorpresa nuestra la plantación de los alrededor de 60 ágaves que hacen de antejardín en la casa del sector llamado “El Sol”, se está convirtiendo en una selva impenetrable, donde cada una de estas plantas está tomando casi la altura nuestra y la punta de sus hojas tienen el filo de una aguja. Nosotros peligrábamos de ser pinchados y además se dañaban las pinturas de los autos que pasaban por el camino de entrada a la casa. Sospechamos que luego comenzarán a florecer los ágaves más grandes, por lo que hemos observado en otras partes de la costa. Cuando florecen los ágaves se despliega su flor en la punta de un altísimo tallo. Este insólito tallo luego se transforma en un impresionante tronco que crece pasando holgadamente los 10 metros de altura. Esta increíble altura que llega a tomar su flor es una curiosidad muy especial que asombra a todo el mundo que transita en sus cercanías y este fenomenal proceso de su floración dura alrededor de dos años. Después de este sorprendente período muere la planta, no sin antes haber dado más de un centenar de plantitas a su alrededor durante toda su vida. Esto es tan llamativo y sorprendente que ha dado lugar a un turismo especial de curiosos y estudiosos. Es conocido por estas plantas un lugar ubicado en la costa cerca de 10 kilómetros al Norte de Viña del Mar, donde hay una pequeña formación peninsular, Roca Oceánica, en el que siempre existen algunos ágaves en flor y son objeto de admiración de los turistas. Allí conocimos con Cecilia a un grupo de turistas argentinos que admiraban este magno proceso biológico.

Por otro lado impresionada por esta insólita profusión de los ágaves Cecilia me planteó que ya no le servían las herramientas, ni el cuchillo carnicero que usaba en un principio, ni el serrucho que usaba después. Entonces se acordó que los cubanos usan un machete para cortar la caña de azúcar y me propuso su deseo de querer comprar algo similar. Yo creí que si quería usar machete era solamente una buena broma y sin comentarlo solamente me sonreí.

Un par de días después Cecilia hizo una larga lista de compras y nos fuimos a Viña del Mar. Pasamos a comprar ropa a la tienda “Blanca Nieves”, de la que somos clientes cada verano. Íbamos caminando por las calles del centro y cuando pasábamos frente a la ferretería “La Sierra” ella me dice sorpresivamente, espérame aquí que yo voy a comprar algo en este negocio y me apuntó con un dedo una banca que quedaba en la vereda frente a la entrada de esta ferretería. Yo me quedé mirando el pasar de la gente y por supuesto analizando como había cambiado de un invierno en Alemania a un verano en Chile en un par de semanas, la vestimenta de las alemanas a esta de las viñamarinas. En Dortmund las mujeres jóvenes andaban super abrigadas y en Viña la juventud femenina pasaba luciendo sus hermosos cuerpos con vestimenta super liviana. Yo observaba desde el asiento que Cecilia estaba en el interior de la ferretería frente al mostrador preguntando por algo al parecer muy importante, ya que el vendedor me observaba muy preocupado. A esa larga distancia noté que quería preguntarme algo, ya que miraba hacia la puerta apuntándome a mi y gesticulando. Yo de reojo comprendí que algo pasaba. Entré y entonces el vendedor que parecía ser el que llevaba más años detrás del mostrador, seguramente era un sexagenario, me preguntó lo mismo que le había preguntado a Cecilia. A la pregunta de Cecilia por la herramienta respondió, no tenemos machete cubano, pero tenemos esto, lo desenvainó y dijo, este no es un machete, tiene 68 cm, mas bien es parecido a un samurai y como hace mucho tiempo que no se ha vendido, vale solo $3.100 y tiene un filo muy especial. Yo levanté las manos acordándome que Cecilia dijo compraré algo muy cortante, necesario para trozar de un solo golpe las hojas leñosas de la parte baja de los ágaves. Yo queriendo hacer un chiste me puse manos arriba y le dije a Cecy en alemán, “nein, nein” (no, no). El vendedor introdujo el samurai inmediatamente en la vaina, luego la cerró, dando por concluido que yo por ningún motivo iba a aceptar esta insólita compra. Cecilia me miró y se puso a reír junto conmigo. Lo curioso es que ni Cecilia ni yo le dijimos al empleado que no íbamos a comprar el samurai. Él se quedó perplejo moviendo la cabeza y mirando a sus compañeros de trabajo insinuándoles que éramos unos clientes muy curiosos.
-Dada esta circunstancia yo le dije en voz baja, oye Cecilia, lo compramos o no lo compramos, ellos no entienden de bromas.
-No lo podemos comprar, no ves que ya lo guardó y además ese hombre seguramente está pensando, que sabio es este gringo que no se deja comprar un machete samurai a sus espaldas. Mira, se ha producido un silencio y el resto de los empleados dejaron de atender a los clientes y nos miran muy perplejos, ya que no saben la verdadera historia para la cual yo quería el machete o bien el samurai. Tú por hacerte el cómico has hecho este curioso y simpático show. Esta fue otra de las historias en la que hemos quedado riéndonos mucho rato y ahora no se verdaderamente donde ir a comprar el samurai, ya que cada vez que intentamos entrar a comprarlo los dos nos largamos a reír y sencillamente no nos resulta la compra. En todos los otros negocios el machete o este tipo de samurai vale dos veces más caro que el que descubrimos en la ferretería La Sierra. Lo peor es que ya pasamos el otro día por ahí y a mí me dio cierta vergüenza entrar a comprarlo, aunque es allí donde está más barato el samurai que no lo necesitamos para cortarle la cabeza a nadie, sino para cortarle las peligrosas puntas de las hojas de nuestros ágaves.

Conociendo esta historia un muy buen amigo de nosotros, Armando Fonseca, nos ofreció regalarnos el samurai que hacía muchos años atrás había comprado al parecer su esposa y que pendía en una de las paredes de su oficina como una espada de Damocles.

Las primeras especies de ágaves fueron comida predilecta para los prehistóricos herbívoros. Esta planta evolucionó y le aparecieron durezas en sus hojas acorazándolas, después en los extremos de cada hoja le surgió una excelente defensa, una larga y gruesa espina, la que la hacía parecer como una planta inexpugnable. Para que no le devoren su flor se defendió magistralmente. Y los ágaves se defendieron evolutivamente elevando su flor al cielo, conquistando toda la tierra, hasta los desiertos.

En estos momentos ya está reporteado por Cecilia y en camino a la imprenta una nueva historia con la formidable tríada de protagonistas, Plácido Domingo, Pablo Neruda y Raulito.

Nota:
Foto 1: 2007.03.26 Raúl Buholzer, ágave en Roca Oceánica.
Foto 2: 2003.04.10 Cecilia Doggenweiler, regando los ágaves en Quilpué.