Personaje principal Raúl, Cecilia y otros.
Transcribo esta historia que me contó Raúl, de la primera vez que viajamos separados a la capital: Cecilia Doggenweiler A.
El día martes 6 de diciembre del 2005 Raulito viajó solo desde Quilpué a Santiago para juntarse conmigo, ya que yo me había ido sola un par de días antes a la capital. Ambos haríamos un par de diligencias en ésa.
Pues muy bien, Raulito debía viajar desde El Sol a Santiago. Esto lo habíamos planificado antes que me fuera de Quilpué. Ese día despertó a las 7 de la mañana, se arregló, se vistió muy rápidamente, se puso un gorro muy pintoresco y la revolvió un rato antes de salir.
Mientras él se preparaba comienzan a llegar como 30 trabajadores de los que estaban haciendo el túnel para una pasada peatonal frente a la casa, más un montón de maquinarias. Esto pone algo nervioso a Raulito y titubea en viajar. Habla por teléfono conmigo a las 8 y me dice, “no voy a Santiago, he pensado que hay muchas complicaciones” y yo le contesté “¿qué complicaciones puede haber en algo tan sencillo; ir a Quilpué, en esta ciudad tomar el bus que va a la capital, en Santiago tomar el Metro y juntarnos en el centro de la Metrópolis a las 12 del día?” “No, mejor no voy, con toda esta gente aquí al frente decididamente me quedo”.
Me llamó de nuevo por teléfono y me dice, “que cómo? ¡Que bli que bla!”
A las 9 de la mañana otro llamado (* # ¡! >) y me dice, “a pesar de todos los inconvenientes he decidido finalmente viajar”.
Posteriormente me cuenta toda la odisea de su viaje, esta vez sin mi compañía. Me dijo, “Atravesé el túnel lleno de gente trabajadora que me saludaban como si me conocieran, es porque me veían en el patio mientras trabajaban todos los días. Me sentí muy inflado como si fuera un auténtico candidato político”.
Y me siguió contando.
“Al otro lado del túnel tomé el taxi colectivo para ir a Quilpué, le pasé al chofer un billete de 2.000 pesos y éste me preguntó ¿no tiene sencillo?”
Le respondí “¿cuánto es?”
El taxista me dijo, “250 pesos”.
Me busqué monedas y se las di finalmente, mientras murmurando le digo, “un tercio de euro ¡que barato!” El chofer cree que lo estoy encontrando caro y empieza a discursearme sobre el alza de la bencina y los etcéteras,...”
Y Raúl me siguió diciendo.
“En Quilpué continuó mi desambientación con el tercer problema. Una vez que hube llegado a la cola de la boletería pedí pasaje para Santiago. Me preguntan – “¿ida y vuelta?” “Ida no mas”, le contesté. “¿Creo que mi mujer tiene aquí un descuento?” Pregunta que el boletero no entendió y yo le dije, “démelo así no mas”. “Pagué con 5.000 pesos y me quedé muy contento que me dieran 2.000 pesos de vuelto. Ahí me di cuenta de que el pasaje a Santiago era muy barato, si lo reducía a euros (4 euros y algo). Me fui leyendo el diario con las noticias de lo que hacía el Intendente Guastavino y no noté casi la hora y media de camino hasta llegar a la parada Los Pajaritos”.
Raúl continúa.
“Al bajarme del bus en esta estación del Metro me enfrenté a un problema no calculado, no tenía tarjeta para viajar en el Metro, ya que Cecilia usaba una sola tarjeta para los dos y por supuesto ésta andaba en su cartera. Me puse en la cola de la boletería y al llegar a enfrentarme a la ventanilla le entregué 5.000 pesos al empleado sin decirle nada. El empleado me quedó mirando y esperando que yo hablara y le dije: “deme un ticket”.
El empleado me dijo algo así como “¿con cuánto le cargo?”
Yo le respondo: “me dirijo al centro”.
El joven que vendía pasajes en la ventanilla del lado me miró y ambos quedaron sumidos en una especie de profunda incógnita, ya que no me entendían qué es lo que yo pretendía.
El empleado que me atendía queriendo ayudarme y salir del paso me pregunta: “¿usted habla inglés?”
Le dije, “no, yo soy chileno” y le agregué, “deme el ticket completo”.
Mirándome fijo me dijo, “se la voy a cargar completa. ¡No hay vuelto, ¿eh?!”
Yo tomé la tarjeta y por suerte me dieron además una boleta que saltó de la máquina automáticamente. Al leer la boleta comprendí que la tarjeta plástica valía 1.000 pesos y que la habían cargado con los 4.000 pesos restantes para viajar seguramente varias veces en el Metro”.
“La cola de toda la gente que venía conmigo en el bus se había hecho larga frente a esta ventanilla y al mirarlos noté que movían la cabeza como diciendo, ¿de dónde será este pájaro? El boletero quedó contento, porque yo leía en español la tarjeta y de todas maneras me contestó en inglés, “Good by!”
Y le pregunté a Raúl ¿Así terminó la historia?
“No, yo seguí meditando solo como se podía interpretar todo este lío que me había pasado y concluí. Que el boletero pensó en un momento que yo era un turista inglés. Después, que seguramente yo podría ser un campesino de esos guasos con dinero que nunca han ido a Santiago a andar en el Metro. Y creo que después estaba muy contento, porque se dio cuenta que yo leía el recibo y él movía la cabeza afirmativamente como que yo había entendido y entonces creo que pensó que yo no era un viejo con Alzheimer, sino que efectivamente era un guaso sureño. Creo que éstas han sido sus especulaciones por el acento de mi voz y por no tener la más remota idea de cómo se viaja en Metro. Eso me pasó por haber andado todo este tiempo apegado a que la Cecy hiciera todas estas operaciones”.
Transcribo esta historia que me contó Raúl, de la primera vez que viajamos separados a la capital: Cecilia Doggenweiler A.
El día martes 6 de diciembre del 2005 Raulito viajó solo desde Quilpué a Santiago para juntarse conmigo, ya que yo me había ido sola un par de días antes a la capital. Ambos haríamos un par de diligencias en ésa.
Pues muy bien, Raulito debía viajar desde El Sol a Santiago. Esto lo habíamos planificado antes que me fuera de Quilpué. Ese día despertó a las 7 de la mañana, se arregló, se vistió muy rápidamente, se puso un gorro muy pintoresco y la revolvió un rato antes de salir.
Mientras él se preparaba comienzan a llegar como 30 trabajadores de los que estaban haciendo el túnel para una pasada peatonal frente a la casa, más un montón de maquinarias. Esto pone algo nervioso a Raulito y titubea en viajar. Habla por teléfono conmigo a las 8 y me dice, “no voy a Santiago, he pensado que hay muchas complicaciones” y yo le contesté “¿qué complicaciones puede haber en algo tan sencillo; ir a Quilpué, en esta ciudad tomar el bus que va a la capital, en Santiago tomar el Metro y juntarnos en el centro de la Metrópolis a las 12 del día?” “No, mejor no voy, con toda esta gente aquí al frente decididamente me quedo”.
Me llamó de nuevo por teléfono y me dice, “que cómo? ¡Que bli que bla!”
A las 9 de la mañana otro llamado (* # ¡! >) y me dice, “a pesar de todos los inconvenientes he decidido finalmente viajar”.
Posteriormente me cuenta toda la odisea de su viaje, esta vez sin mi compañía. Me dijo, “Atravesé el túnel lleno de gente trabajadora que me saludaban como si me conocieran, es porque me veían en el patio mientras trabajaban todos los días. Me sentí muy inflado como si fuera un auténtico candidato político”.
Y me siguió contando.
“Al otro lado del túnel tomé el taxi colectivo para ir a Quilpué, le pasé al chofer un billete de 2.000 pesos y éste me preguntó ¿no tiene sencillo?”
Le respondí “¿cuánto es?”
El taxista me dijo, “250 pesos”.
Me busqué monedas y se las di finalmente, mientras murmurando le digo, “un tercio de euro ¡que barato!” El chofer cree que lo estoy encontrando caro y empieza a discursearme sobre el alza de la bencina y los etcéteras,...”
Y Raúl me siguió diciendo.
“En Quilpué continuó mi desambientación con el tercer problema. Una vez que hube llegado a la cola de la boletería pedí pasaje para Santiago. Me preguntan – “¿ida y vuelta?” “Ida no mas”, le contesté. “¿Creo que mi mujer tiene aquí un descuento?” Pregunta que el boletero no entendió y yo le dije, “démelo así no mas”. “Pagué con 5.000 pesos y me quedé muy contento que me dieran 2.000 pesos de vuelto. Ahí me di cuenta de que el pasaje a Santiago era muy barato, si lo reducía a euros (4 euros y algo). Me fui leyendo el diario con las noticias de lo que hacía el Intendente Guastavino y no noté casi la hora y media de camino hasta llegar a la parada Los Pajaritos”.
Raúl continúa.
“Al bajarme del bus en esta estación del Metro me enfrenté a un problema no calculado, no tenía tarjeta para viajar en el Metro, ya que Cecilia usaba una sola tarjeta para los dos y por supuesto ésta andaba en su cartera. Me puse en la cola de la boletería y al llegar a enfrentarme a la ventanilla le entregué 5.000 pesos al empleado sin decirle nada. El empleado me quedó mirando y esperando que yo hablara y le dije: “deme un ticket”.
El empleado me dijo algo así como “¿con cuánto le cargo?”
Yo le respondo: “me dirijo al centro”.
El joven que vendía pasajes en la ventanilla del lado me miró y ambos quedaron sumidos en una especie de profunda incógnita, ya que no me entendían qué es lo que yo pretendía.
El empleado que me atendía queriendo ayudarme y salir del paso me pregunta: “¿usted habla inglés?”
Le dije, “no, yo soy chileno” y le agregué, “deme el ticket completo”.
Mirándome fijo me dijo, “se la voy a cargar completa. ¡No hay vuelto, ¿eh?!”
Yo tomé la tarjeta y por suerte me dieron además una boleta que saltó de la máquina automáticamente. Al leer la boleta comprendí que la tarjeta plástica valía 1.000 pesos y que la habían cargado con los 4.000 pesos restantes para viajar seguramente varias veces en el Metro”.
“La cola de toda la gente que venía conmigo en el bus se había hecho larga frente a esta ventanilla y al mirarlos noté que movían la cabeza como diciendo, ¿de dónde será este pájaro? El boletero quedó contento, porque yo leía en español la tarjeta y de todas maneras me contestó en inglés, “Good by!”
Y le pregunté a Raúl ¿Así terminó la historia?
“No, yo seguí meditando solo como se podía interpretar todo este lío que me había pasado y concluí. Que el boletero pensó en un momento que yo era un turista inglés. Después, que seguramente yo podría ser un campesino de esos guasos con dinero que nunca han ido a Santiago a andar en el Metro. Y creo que después estaba muy contento, porque se dio cuenta que yo leía el recibo y él movía la cabeza afirmativamente como que yo había entendido y entonces creo que pensó que yo no era un viejo con Alzheimer, sino que efectivamente era un guaso sureño. Creo que éstas han sido sus especulaciones por el acento de mi voz y por no tener la más remota idea de cómo se viaja en Metro. Eso me pasó por haber andado todo este tiempo apegado a que la Cecy hiciera todas estas operaciones”.