Narrado y trascrito por Aída María Román.
Agosto 2008.
Muchas veces los domingos nos juntábamos con Raúl para escribir. En uno de esos fines de semana, mientras almorzábamos, Raúl me dijo que tenía que narrarme unos hermosos recuerdos que él tenía de una estadía en un hospital. Comentamos algo sobre el inicio de las Olimpiadas en China y llegamos a la conclusión de que nos deleitaríamos una vez más este año con otras medallas que llevarían de nuevo a Chile nuestros excelentes jugadores del tenis. ¡Ellos tenían ahora cuatro años más de innumerables triunfos continuados desde cuando las obtuvieron en Atenas el 2004 y pensamos que como tenían mucho más experiencia de seguro que las volverían a ganar!
Con respecto a la curiosa anécdota que le ocurrió a Raúl en el Hospital Universitario de Dortmund, la historia era muy interesante, pero en el escaso tiempo disponible que teníamos ese día yo pude tomar nota solo de una pequeña parte. Nos despedimos y quedamos de juntarnos de nuevo el próximo fin de semana. Una semana después, Raúl muy entusiasmado comenzó así.
“¿Te acuerdas que cuando almorzábamos el domingo pasado y yo te dije, tienes papel y lápiz para escribir una historia sobre unos simpáticos recuerdos de mi estadía en la clínica de rehabilitación? Como la comenzamos ese domingo y no la pudimos terminar, yo tengo ahora algo mucho más preparado para poderla concluir. De nuevo necesito que me ayudes a terminarla, ya que incluye unas curiosas e interesantes anécdotas que las he venido recordando casi a diario en esta última semana. Por favor, terminémosla aunque tengamos que trabajar otro par de horas más. Generalmente estas cosas que suceden en los hospitales, por falsos prejuicios, nadie se atreve a relatarlas por ser estos acontecimientos muy insólitos. Estos raros sucesos pasan a ser estimados como una consecuencia natural producida por la anestesia, además se consideran asuntos de nuestra vida privada. Sin embargo yo pensé que es bueno dar a la publicidad también este tipo de experiencias. En esta semana recién pasada traté de recordarme de muchos detalles. Ahora tengo el bosquejo escrito de toda la historia completa y ojalá la podamos terminar hoy mismo. Te ruego leer este manuscrito y si algo de lo que te voy contando no está bien, por favor, corrígelo.”
“Al llegar de Chile a Alemania debí pasar varios años soportando agudas dolencias al corazón. El doctor que yo elegí como médico de cabecera me sometió a una serie de
tratamientos durante más de un año y me envió posteriormente a un médico especialista del corazón, Felix Liglong. El cardiólogo resultó ser un eminente médico y posteriormente se convirtió en un cordial amigo. Me atendió muy bien, me contó que le gustaba el poeta Neruda y que conocía mucho Chile, era aficionado al alpinismo y había subido a varios volcanes chilenos. Años después habiendo detectado ciertas agudas anormalidades en mi corazón, el doctor Liglong me aconsejó que me fuera a examinar más a fondo a la Clínica Universitaria de Dortmund. En el hospital, introduciéndome un instrumento muy fino por el sistema circulatorio, o sea mediante catéter, me detectaron problemas de estrechamiento en el paso de la sangre en tres arterias coronarias. Yo pude ver simultáneamente, en la pantalla del computador que usaban los doctores, estas anomalías en las arterias sobre el corazón. La solución a este grave problema se dictaminó de inmediato y consistió en que debían hacerme una delicada operación colocándome tres bypass a las arterias bloqueadas.”
“Todo el desarrollo de esta operación a las arterias de mi corazón, efectuada en el año 1997, es el que dio motivo a estas anécdotas. Mis comportamientos a causa de la anestesia fueron no muy habituales y los estoy aquí narrando exactamente tal como los recuerdo.”
“Yo tenía tres amigos en el Hospital de Dortmund, ellos tenían de común conmigo algunas cosas muy importantes, una de ellas era que odiábamos las dictaduras. Los tres trabajaban en importantes puntos claves, desde donde me podían ayudar en el recinto hospitalario; aparte de dos enfermeras chilenas, el tercer amigo era el doctor Felipe, un médico español. El médico
español era jefe de la Sección de Neurología y me dio, por si tenía alguna dificultad, el nombre de sus colegas en importantes cargos hospitalarios. Me añadió que a ellos podía acudir en su nombre. Me aconsejó que debía recurrir siempre directamente a los jefes y no a los médicos intermediarios. Me agregó, -ellos no le van a querer llevar tus problemas a su jefe por razones obvias-.”
“Esta institución hospitalaria, sin ser la mejor de Alemania, tiene en la planta baja una impresionante zona dedicada a las operaciones del corazón. Cuando me llevaron allí me sentí como si me hubiesen trasladado a un soñado hospital cósmico futurista. Aparte del respetuoso silencio me parecía que allí todo estaba dedicado para salvarme la vida. Los médicos y el personal tenían hacia mí una atención exquisita. Alemania me pagaba en ese tiempo, por mi condición de exiliado político, un seguro de salud. Me sorprendió que toda esta operación y sus remedios eran para mí absolutamente gratuitos gracias a este seguro.”
“Después de operarme del corazón colocándome tres bypass, debí quedarme un par de días en el interior de la zona de las operaciones del Hospital de Dortmund. La primera maniobra postoperatoria terminaba sacándome los tubos que alimentaban mi pulmón de oxígeno y los otros tubos que llevaban la sangre a una bomba impelente que actuaba en reemplazo del corazón. Después de sacarme muchos de estos instrumentos me pasaron de todas maneras como precaución a una estación especial, que por supuesto era de máxima emergencia. Los primeros días los debí pasar, como todos los que se operan del corazón, en esta zona de cuidados extremos. Allí los enfermos éramos tratados con una gran delicadeza. Llegué a esta sección con los tubos de drenaje, para la salida de sangre expulsada de todas mis heridas mientras se iban cicatrizando. Tenía heridas aún sangrantes en dos lugares del pecho y en las dos piernas. Normalmente sacan el material para los bypass de una sola pierna, pero conmigo debieron hacerlo de las dos piernas. Como estaba aún con una anestesia especial no sentía dolores y gozaba de un optimismo casi exagerado.”
“Un par de días después me llevaron sobre mi cama con ruedas a una hermosa, e inolvidable, sala. Aquí comenzó mi primera anécdota en el hospital. En la fastuosa sala de emergencia, tenía continuamente a dos bonitas enfermeras al pié de mi cama. Me sentía sin dolores y muy contento como una persona semi emborrachada. A mis dos hermosas acompañantes les conté, cachiporreándome muy ufano, que me había llevado, una chilena colega de ellas, un perfume de regalo a mi pieza del hospital. Como noté que eran mis ángeles de la guarda les pedí que me trajeran el perfume. Por supuesto que ellas me lo trajeron, me afeitaron y me lavaron cuidadosamente pasándome luego el perfume con sus delicadas manos por la piel de la cara recién afeitada. Eran super cariñosas, tanto la rubia como la de pelo negro, no tenía predilección en especial por ninguna de las dos. Me conversaban cariñosamente y yo las encontraba a ambas super encantadoras.”
“Unos días después de estar en este delicioso lugar, apareció un equipo de practicantes asaltándome en el que yo creía que era como un recinto super privado. Me sentía en este ambiente como si fuese el dueño de este paraíso. Este equipo sin pedirme permiso movió mi cama con ruedas diciéndome que se acabó la emergencia y advirtiéndome que me llevaban a la sala de recuperación. De inmediato le manifesté al enfermero, que parecía ser el jefe, mi deseo de quedarme allí mismo, él me dijo algo preocupado si me sentía aún mal y yo le dije que al contrario, las dos hermosas enfermeras me habían tratado super bien y ésta era la razón fundamental por la que no deseaba trasladarme. El enfermero le contó a los otros practicantes que lo acompañaban este hecho como algo anecdótico. -Tenemos un enfermo en huelga que no quiere salir de la sala de emergencia-. A continuación los enfermeros le hicieron lindas bromas a mis dos preciosos ángeles.”
“Me llevaron sin mayores discusiones a la sala de recuperación y allí quedé en cama custodiado las veinticuatro horas del día por un grupo de médicos y un riguroso aparato de control electrónico. Este aparato comunicaba, usando una serie de censores, permanentemente mi estado de recuperación a un computador. En la pared tenía suspendido y apoyado un computador con una enorme pantalla. Allí, sobre mi cabeza, en esta pantalla del computador estaba todo mi cambiante historial, temperatura, pulso, presión, y otros cerca de cuarenta parámetros. El oxígeno en la sangre me lo tomaba un curioso censor puesto en un dedo de la mano izquierda. Pero no estaban ELLAS, las echaba mucho de menos y por supuesto que era muy diferente, ahora el hábitat, el tener que estar acompañado solamente de estos aparatos electrónicos. De inmediato fragüé una táctica para que me devuelvan a la anterior sala de emergencias donde reinaban mis dos ángeles. Pedí hablar con el jefe y vino uno que era solamente jefe de esa sección, le argumenté que necesitaba hablar de algo muy privado e importante con el médico general cuyo famoso nombre me lo había dado, días antes de pasar a la operación, mi amigo Felipe. Después de un largo rato apareció muy preocupado el jefe con un par de ayudantes. Me dijo en español apenas me vio, -su amigo el doctor Felipe ya me habló de usted, cuénteme todo lo que le pasa en español.- Le narré toda la historia de la exquisita atención de las dos niñas que me habían atendido en la sección anterior. Terminé diciéndole que ni por nada me quedaba en esta sala de recuperación común para todos. ¡Usted debe enviarme de vuelta a la sala de emergencias!- Él me contestó sonriente, -usted se irá en unos días más no a la sala de emergencias, sino a un excelente sanatorio de nuestro hospital que queda en un ambiente campestre a treinta kilómetros de aquí. Allí tendrá unas enfermeras tan responsables y cariñosas como las que conoció. Mi colega Felipe ya me habló de su caso, por su apellido yo lo tomaba por alemán, pero después supe que es latinoamericano. Pese a todo lo que usted pasó, él me ha dicho que sigue con sus ideas muy optimistas sobre el futuro de toda la humanidad-.”
“Después del hospital tuve que seguir recuperándome en este sanatorio, que es exclusivo para los recién operados del corazón. Mi amigo médico español me entregó el nombre del jefe, o sea del Director General del Sanatorio que también era muy amigo de él. Mi hija Yenny, acompañada de Marta, mi mujer, me llevó en su auto al sanatorio que quedaba a treinta kilómetros de Dortmund. Allí estaba destinado a quedarme por cinco semanas. Felizmente este resultó ser un magnífico sanatorio para los enfermos del corazón, estaba consagrado como algo super especial y ejemplar del servicio de salud de Alemania. Estaba ubicado fuera de la ciudad en una zona llena de hermosos bosques. En el sanatorio cuidaban con mucho detalle todas las anormalidades que se podían presentar a sus más de trescientos enfermos. Este sanatorio era totalmente alfombrado y tenían destinado, entre otros lujos, un suntuoso dormitorio con una pieza para cada uno de los enfermos y con enfermeras, que conocían el historial clínico, de cada uno de nosotros. Todas las mañanas nos sacaban una gotita de sangre de las orejas para analizarla. Medían la temperatura, la presión y el peso. Todo tipo de instrumentos estaba a nuestra disposición, para movernos dentro o fuera del recinto podíamos usar bastones o bien aparatos móviles de cuatro ruedas, unos solo para afirmarse y otros para andar sobre ellos y moverlos con las manos accionando sobre las ruedas, etcétera.”
“En el sanatorio un día, una enfermera, me encontró alguna anormalidad en la presión sanguínea y me sometieron a una vigilancia muy especial. Esto originó que debía llevar puesto por 24 horas unos censores automáticos para tomarme la presión. Este aparato durante el día y cada media hora me apretaba lenta y suavemente los músculos de un brazo tomándome la presión arterial. Para la noche había un programa diferente con el instrumento. Cuando la enfermera me quiso acomodar el utensilio, para que no actuara cada media hora sino cada dos horas para que el instrumento me dejara dormir, entonces le dije que me indicara solamente lo que tenía que hacer pues yo era experto en programación. Después de esto ella no se preocupó más de este asunto. Habíamos quedado en que al comenzar la noche debía yo mismo programarlo. Me olvidé de hacerlo y desperté a las dos de la madrugada y me di cuenta que no era precisamente mi esposa la que me había apretado suavemente el brazo izquierdo. Era el imparable aparato automático, el que me había originado un lindo sueño erótico. Me fui silenciosamente al baño sin tocarle el timbre a mi enfermera. De amanecida me sacaron los censores con los artefactos y a las 10 de la mañana me llevaron en camilla al estudio de una hermosa doctora. Después de mirar los papeles que había entregado grabados el artefacto, ella me dijo que el aparato automático había funcionado durante el día anterior en excelentes condiciones. Me miró y me advirtió de algo que al parecer la dejó muy preocupada. En la noche no se presentaron dificultades, ya que acusaba excelentes exámenes cada media hora hasta las dos de la mañana. Me volvió a mirar intranquila y me dijo, -mire usted la curva que indica que a las dos le subió violentamente la presión y después le ha quedado más baja que lo normal y usted siguió seguramente durmiendo toda la noche-. No tenía como explicarle a esa hermosa mujer lo que me había pasado con el lindo sueño que había tenido. Le mentí diciéndole que me había levantado para ir justamente a esa hora al baño y esto explicaba el por qué de la subida de la curva que indicaba mi altísima presión a las dos de la madrugada. Ella no se conformó con esta explicación y me pasó directo a los estudios del médico jefe. Él ya me tenía en su ficha, como el autor del insólito caso del enfermo que no quería salir de la sala del intensivo; después de conversarle de hombre a hombre al facultativo y en solamente unos minutos me dio de inmediato de alta y pasamos a la otra sala donde le explicó a mi doctora que yo estaba super normal. Ella movió la cabeza y no le podía creer. Me di cuenta que ella murmuró, en voz muy baja, -¡al jefe no se le puede discutir!-.”
Siempre conocí a Raúl con mucho optimismo y como me contó que fue operado del corazón, yo estaba sorprendida, o no concebía, que se pudiera conservar la tranquilidad en estas agudas condiciones de una operación tan delicada. Pero cuando me contó la historia me pareció muy interesante dado que aún con los efectos de la anestesia el optimismo no se pierde, sino que al contrario se hace más latente en muchas personas. Este fue el caso del profesor Raúl Buholzer que estando recién operado, mantuvo su optimismo. Seguramente esta asombrosa confianza en la ciencia médica fue también apreciada por ustedes en la narración que él me hizo y que acaban de leer.